Era
el 29 de enero de 1802 y puede decirse que ese día comenzó la verdadera Guerra
de la Independencia de Haití. Esta puede dividirse en dos etapas: la primera de
ellas, que transcurre desde esa fecha hasta el 7 de junio de ese año, cuando
Toussaint Louverture es hecho prisionero por los franceses. La segunda se
extiende hasta el 19 de noviembre de 1803 cuando el ejército francés se rinde,
regresando a Europa.
La
primera de estas etapas no fue favorable a los revolucionarios, aunque tampoco
puede decirse que Leclerc tenía ganada la partida. La designio de Toussaint era
enfrentar a los franceses con tácticas de guerrilla, con golpes de mano y
rápidas retiradas, dejando tras de sí la tierra arrasada y esperando que
llegara la estación donde la peste haría estragos entre los europeos, tal como
había ocurrido con los ingleses años antes. El 4 de febrero de 1802, las tropas
de Leclerc desembarcan en Le Cap, y Henry Christophe, al mando de la plaza, la
incendia y se retira. Dicha táctica queda resumida en la carta que le envió a
Dessalines, comandante en jefe del ejército del oeste el 8 de febrero de 1802[1].
Leclerc comenzó a avanzar hacia el interior, desde Fort Liberté, Le Cap y
Port-au-Prince. El 23 de febrero de 1802, en un lugar selvático en las
cercanías de Gonaïves, llamado Ravine-à-Coulevres (“Barranco de las culebras”),
tuvo lugar el primer encuentro importante entre ambos contendientes.
Louverture, que contaba con alrededor de 3.000 hombres, además de varios miles
de campesinos armados, los emplazó en las alturas a lo largo del barranco,
sabedor de que era el camino obligado desde Gonaïves, desde donde venían los
franceses comandados por el general Rochambeau, hacia el interior. Se desató
una batalla que duró unas seis horas. El resultado fue diferente para ambos
contendores: mientras Rochambeau pretendía la victoria, basándose en la gran
cantidad de muertos entre los revolucionarios, y la retirada del resto,
Toussaint afirmaba que se había movido hacia otra posición para continuar la
lucha contra el enemigo, llevando consigo una buena cantidad de prisioneros. Lo
cierto es que Rochambeau quedó dueño del campo, donde yacían 800
revolucionarios muertos. De todos modos, Toussaint probó que estaba en
condiciones de enfrentar a un enemigo entrenado y aguerrido (DUBOIS, 269) [2].
Del 4
al 24 de marzo de 1802 los contendientes libran una de las batallas más
importantes y encarnizadas de la Guerra de la Independencia. Dessalines fue
puesto al mando del Fuerte de Crête-à-Pierrot, que había sido construido por
los británicos durante su ocupación. Las tropas francesas, mandadas por el
propio Leclerc, que venía desde Port-au-Prince, pusieron sitio al fuerte.
Toussaint elaboró entonces un plan audaz: lanzar un ataque por sorpresa contra
Leclerc. Ambos contendientes esperaban del resultado de la batalla que la misma
pondría fin, bien a la intervención francesa, bien a la “rebelión”. Ninguno
obtuvo lo esperado. Los franceses cargaban contra los soldados de Toussaint
fuera del fuerte, estos retrocedían hasta colocarse bajo la protección de sus
cañones, que vomitaban fuego sobre los atacantes, les causaban severas bajas y
los hacían retirarse, frente a lo cual los revolucionarios volvían a avanzar.
Esto se repitió durante varios días, pese a la enorme diferencia existente
entre el número de atacantes (unos 12.000) y los defensores (entre 1.500 y
1.600). Por fin, en la noche del 24 de marzo, los pocos defensores que quedaban
vivos, mandados por Lamartinière, lograron romper subrepticiamente el cerco
francés escapando para unirse a las fuerzas de Dessalines, que había salido del
fuerte días antes con la intención, fracasada, de rodear a los franceses. Con
esta batalla cesó la resistencia organizada en esta etapa por parte de los
revolucionarios, quienes pasaron a desarrollar una guerra de guerrillas. De
todos modos, los franceses habían sufrido cuantiosas pérdidas: 1.500 muertos y
muchos más heridos; a punto tal que Leclerc ordenó a sus oficiales mitigar las
pérdidas en sus informes, tal como él mismo lo hizo (DUBOIS, 273-274).
Pero la victoria de Leclerc en esta primera
etapa de la Guerra de la Independencia le fue dada por el general Christophe,
quien en una actitud aún no clara para los historiadores, se rindió con sus
tropas (1.500 soldados y varios cientos de campesinos armados), a mediados de
abril. Esto llevó a lo que se calificó por más de un autor como “la mayor tragedia” de la Revolución: el
arresto de Toussaint Louverture y su envío a Francia. Al llegar, fue separado
de su familia y enviado al fuerte de Joux, en el Jura francés, uno de los
lugares más inhóspitos de la región, donde en invierno se registran
temperaturas bajísimas. Esto, que se ha calificado como una condena a muerte de
Toussaint, cuya salud estaba quebrantada, por parte de Napoleón (SCHEINA, 18), quien
no se había dignado ni siquiera responder a un pedido de clemencia, se hizo
realidad el 7 de abril de 1803: el héroe revolucionario, “mal alimentado, sometido a un régimen carcelario severo” (LENTZ,
54), murió en el castillo, acompañado
sólo por un criado. Sus restos nunca fueron hallados.
Llegada
la época de las lluvias, con ella se desató la fiebre amarilla, que ya había
hecho estragos entre los británicos durante su ocupación[3]. En
el mes de mayo de 1802 Leclerc perdía entre treinta y cincuenta hombres por
día. En julio, 160 por día. El rumor que se esparcía en Saint-Domingue sobre la
intención de Napoleón de reestablecer la esclavitud, fue confirmado por el
decreto de éste del 20 de mayo de 1801 en tal sentido. Ambos aspectos hicieron
que los revolucionarios, que se habían refugiado en las montañas, se reanimaran,
uniéndose a ellos Christophe, Pétion y Rigaud.
Asimismo,
Leclerc, apelando a la extrema brutalidad para compensar su debilidad, impulsó
que el Octavo Regimiento Colonial se uniera a los revolucionarios. Por todas
partes las tropas francesas, disminuidas por la enfermedad y desconfiando cada
vez más de los soldados de color que formaban en sus filas, iban abandonando
ciudades y reductos para concentrarse en Le Cap, Port-au-Prince y Les Cayes.
Finalmente,
la fiebre amarilla alcanzó al propio Leclerc, quien murió el 2 de noviembre de
1802, siendo sucedido, de conformidad con las instrucciones napoleónicas, por
el general Donatien de Rochambeau.
La
temporada de lluvias había cesado. Quedaban pocos enfermos y Rochambeau contaba
con un ejército de once mil hombres. En marzo de 1803 llegaron 15.000 hombres
de refuerzo. Pero Rochambeau no tenía planes ni escrúpulos. Entendió que sólo
por el trato brutal lograría reducir a los revolucionarios, sometiendo a la
población a “brutalidades indescriptibles”[4].
Dessalines, que no le iba en zaga a Rochambeau en cuanto a brutalidad, contestó
uno a uno los actos del francés del mismo modo, con lo que la guerra degeneró
en un exterminio de quienes se enfrentaban.
Es
evidente que esta “táctica” de Rochambeau no podía sino ser contraproducente,
aglutinando a la gente de color, borrando las diferencias entre exesclavos y affranchis. Al estallar la guerra
nuevamente entre Francia y Gran Bretaña la suerte de la expedición francesa
parecía estar sellada. Sólo faltaba el golpe final.
Y
este le fue asestado en la batalla de Vertières, en las afueras de Le Cap Français.
El 3 de octubre de 1803 había capitulado Port-au-Prince ante las tropas de
Dessalines. Ahora estas se dirigían hacia Le Cap Français, último reducto de
los franceses. Rochambeau mismo se había hecho cargo de su defensa, al frente
de unos 5.000 hombres. Las defensas de la ciudad eran importantes, basadas en
fuertes: Vertières, Bréda, Champain y Pierre-Michel. Todos estaban artillados y
guarnecidos. Al mando de 15.000 efectivos, Dessalines atacó el 18 de noviembre
de 1803. Su primer objetivo era tomar las alturas cercanas al fuerte, situando
allí su artillería. El general François Capois (conocido como “Capois la
muerte”), atacó en primer término, encabezando la 9ª Brigada, cruzó el puente
sobre el barranco, desatándose un duro combate. Capois se transformó en una
leyenda cuando atacó una y otra vez al frente de sus hombres gritando “¡Adelante!, ¡Adelante!”. Una bala mató su
caballo, otra le arrancó el sombrero de la cabeza y Capois continuó a pie,
blandiendo su espada y repitiendo su grito de ánimo. Los soldados franceses,
veteranos de muchas batallas, gritaban ¡Bravo!, ¡Bravo!. De pronto redoblaron
los tambores franceses, de sus líneas se destacó un jinete con un mensaje del
general Rochambeau: “El Capitán General
expresa su admiración al oficial que viene de cubrirse con tanta gloria!”
(JAMES, 367-368). Luego, la batalla continuó. Un ataque final de los franceses
fue detenido por el joven general Gabart y Jean-Philipe Daut. Bajo una fuerte
tempestad de viento y lluvia, las tropas de Rochambeau se retiraron. La batalla
había finalizado.
El 19 de noviembre de 1803 se
firmó la rendición de Le Cap y sus fuertes, acordándose un plazo de diez días a
los franceses para desocuparlos, debiendo dejar todas sus armas en el lugar. Al
cabo de esos diez días, las tropas de Rochambeau, se embarcaron a bordo de los
buques de la flota inglesa que bloqueaban al puerto con rumbo a Inglaterra y
como prisioneros En diciembre ya no quedaban tropas francesas en Saint-Domingue[5].
Detrás dejaban cincuenta mil muertos. Jean-Jacques Dessalines entró triunfante
en Le Cap Français, que desde ese momento pasó a denominarse Le Cap Haïtian. Y
el 30 de noviembre de 1803 devino Gobernador General de Saint-Domingue.
Lo ocurrido “fue la peor derrota que el ejército francés
había sufrido desde los primeros años de la Revolución, y presagiaba los
desastres que Napoleón encontraría en España a partir de 1808 y en Rusia en 1812. En sus memorias,
dictadas luego de haber perdido su poder en 1815, Napoleón recordaría su
decisión de tratar de imponer por la fuerza la autoridad francesa en
Saint-Domingue como uno de sus más grandes errores” (POPKIN 124-125).
El 1°
de enero de 1804, reunidos en Gonaive, el comandante en jefe del “ejército
indígena”, Jean-Jacques Dessalines y los generales bajo su mando, proclaman la
independencia del país, jurando renunciar para siempre a Francia y morir antes
que vivir bajo su dominio y combatir hasta el último aliento por la
independencia del país. Ese día del año 1804 es, dice la proclama, el primero
de la independencia de Haití[6], el primer país de América Latina en liberarse de la metrópoli colonial.
Y no es un hecho menor,
por cierto, el haber sido la primera rebelión de esclavos que terminó venciendo
a sus amos y proclamando la independencia del territorio que habitaban.
[1] “… No olvide,
mientras esperamos la estación de las lluvias que nos librará de nuestros
enemigos, que no tenemos otros recursos que la destrucción y las llamas. Tenga
presente que el suelo bañado con nuestro sudor no debe proveer a nuestros
enemigos del menor alimento. Destruya los caminos a cañonazos. Arroje cadáveres
y caballos a las fuentes. Queme y aniquile todo, para que los que han venido a
reducirnos a la esclavitud tengan ante sus ojos las imágenes del infierno que
se merecen” (TOUSSAINT L’OUVERTURE, 76).
[2] Unos días antes, Leclerc había declarado fuera de la ley a
“los generales” Toussaint y Christophe.
[3] Para un análisis
detallado de la fiebre amarilla durante la campaña del ejército napoleónico en
Saint-Domingue, así como ciertos aspectos de la enfermedad, véase Peterson, Robert K. D., Insects, Disaece and Military-The Napoleonic
Campaigns and Historical Perception, Sección IV The Haitian Debacle: Yellow Fever and the Fate of the French, disponible
en http://entomology.montana.edu /historybug /napoleon /yellow_fever_haiti.htm.
Este autor atribuye las causas de la epidemia que diezmó al ejército francés a
tres factores: 1. El entorno biológico, “ideal
para una epidemia de fiebre amarilla. Los franceses nunca habían estado
expuestos [a ella]. Por lo tanto, representaban una población virgen con
relación a la enfermedad y estaban
predispuestos a adquirirla”. 2. El entorno físico, “también favorable para una epidemia. Las
lluvias de primavera proporcionaban a los mosquitos una gran cantidad de sitios
donde desarrollarse…Más aún, las condiciones de calor y humedad afectaron a los
franceses desde el momento de su desembarco”. 3. El entorno social y
razones estratégicas, “a medida que la
insurgencia se desarrollaba, la mayoría de las principales ciudades eran
incendiadas. Los franceses no podían [en consecuencia] usar los recursos
necesarios que podrían haber obtenido en esas ciudades: elementos médicos, ropa
y calzado…el grueso del ejército fue estacionado en las regiones bajas de
Haití, donde los mosquitos eran más abundantes… No obstante, por razones
estratégicas, las tropas debían permanecer en las ciudades portuarias que
estaban a baja altura”.
[4] “Comparado
con Rochambeau, su predecesor [Leclerc] aparecía como un ángel bondadoso. Rochambeau
se lanzaba a la batalla con furor. Torturas, adiestramiento de perros para la
caza de negros, muertes por ahogamiento colectivas y sumarias marcaron su
comando, si que por ello la situación mejorara” (LENTZ, 58). “El
Terror, en el año II [de la Revolución Francesa] era un sistema político. En
Saint-Domingue se trató de una elección estratégica. Rochambeau quería espantar
a los insurgentes empleando métodos radicales… La eficacia de esta política
represiva no solo fue nula sino que se volvió en contra de los franceses,
empujando a los indecisos en los brazos de la insurrección…” (GAINOT-MACÉ, 30). Estos autores apuntan que hasta el uso de
los perros tuvo una variante inesperada para los franceses: atacaban a sus
propios heridos…
[5] ¿En qué falló este
ejército napoleónico, compuesto en su mayoría por veteranos de larga data? Se
han señalado varias causas: 1. “La
estrategia de Bonaparte estaba bien diseñada para las condiciones del Occidente
de Europa, pero Saint Domingue formaba parte del entorno tropical del Caribe…en
primer lugar, el tamaño de la expedición era demasiado pequeño…Bonaparte debía
saber…[hemos señalado que el general Vincent se lo había advertido] que tropas no acostumbradas [al clima] tendrían una elevada tasa de bajas”. 2. “El Primer Cónsul descuidó también los
abastecimientos y la logística. Depender en gran parte de Jamaica y los Estados
Unidos era insensato debido a que ambos veían con creciente desconfianza las
intenciones de Francia en el Caribe”. 3.
“…también descuidó el problema de
los refuerzos. Posiblemente no tenía planes para mandar más tropas desde el
momento que era creencia de muchos oficiales franceses que las operaciones
militares terminarían en seis semanas. Esta fue un mayúsculo error de cálculo,
basado tal vez en un menosprecio de la habilidad militar de los negros”. Y
así, “con esta pobre preparación para su
importante misión, la expedición a Saint-Domingue estuvo prácticamente
condenada aún antes de comenzar” (OTT, 145-146).
[6] Del término Ayiti,
usado por los habitantes de la isla en la época del descubrimiento, los tainos
de la tribu arawak. Significa “tierra montañosa”, aunque se ha señalado que
reconoce tres raíces: “a”, que significa flor; “y”, alta, y “ti”, tierra o
región. En consecuencia, Ayiti o Ayti significaría “flor de la alta montaña” o
“tierra montañosa” o “tierra de montañas altas” (véase http://www.uhhp.com/haiti/name_history.html). Se presume que tal era la
denominación de la isla por parte de los tainos arawaks antes de su
descubrimiento por Cristóbal Colón, que la bautizó La Española (GEGGUS 2002,
207). Se ha dicho con acierto que la elección de un nombre de claro e indudable
origen indígena no sólo implicó un rechazo a Francia, sino al “legado íntegro de la colinización europea”
(POPKIN, 135).
© 2016 Rubén A. Barreiro
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