Haití. Un
homenaje.
Haití
De la Rebelión de los
Esclavos a la Independencia (Segunda Parte)
III
"Los hombres nacen y
permanecen libres e iguales en derechos"[1]
Los plantadores blancos, agrupados en lo que se dio en llamar el
Club Massiac (por el hotel donde se reunían) trataban de influir en la Asamblea para que esta no
avanzara sobre el tema de la esclavitud, sobre todo interpretando en todo su
significado algunos de los principios de la Declaración (cuesta
admitir que la esclavitud pueda ser ajena a que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales”[2]). Por su lado, los representantes de la Société des Amis des Noirs (Sociedad de Amigos
de los Negros), fundada el 19 de febrero de 1788, que contaba entre sus
miembros a personajes de la talla de
Mirabeau, La Fayette ,
Condorcet y el mismo Pétion, futuro presidente de Haití, y que había nacido
abogando por una abolición inmediata de la esclavitud en todas las colonias
francesas, ahora transitaba por caminos más limitados: suprimir la trata de
esclavos y lograr la liberación de los esclavos mulatos[3] [4].
Por último, los propios affranchis,
quienes representados por Vincent Ogé y Julián Raimond[5], pedían ser igualados en derechos con los blancos, con quienes
muchos de ellos compartían el ser propietarios de tierras (y de esclavos) y
el pago de impuestos.
Premonitoriamente, Vincent Ogé se dirigió a los plantadores
blancos reunidos en París, con palabras que resumían lo caótico de los años que
siguieron[6].
No hubo acuerdos, la Asamblea Nacional
realizó tímidos ensayos para resolver la situación, especialmente la
relacionada con la igualdad de derechos entre blancos y affranchis, que por su ambigüedad no hicieron más que echar leña a
la hoguera. Tal ambigüedad no era sino “un
compromiso político cínico y cobarde, y en él estaban sembradas las semillas de
un conflicto brutal” (DUBOIS, 85).Y así, Saint-Domingue se dirigió rápidamente hacia el
destino que Ogè había vislumbrado. Él fue una de sus primeras víctimas.
IV
“Explosión
y confusión”[7]:
De la revuelta affranchis a la Rebelión de los Esclavos
Ogè dejó París, desencantado ante la “inutilidad” de las
conversaciones que no conducirían a ningún resultado positivo, “resolvió volver
a su colonia, las armas en la mano, para exigir los derechos políticos para su
casta” (DUBOIS, 87).
Después de entrevistarse en
Londres con Thomas Clarkson, un líder abolicionista que lo habría provisto de
fondos con los que compró armas en Charleston (Carolina del Sur), se embarcó para Saint-Domingue, donde
arribó secretamente en octubre de 1770. Rápidamente reunió a varios
centenares de seguidores de la región donde habitaba, cercana a Le Cap, quienes
“estaban dispuestos a tomar las armas
para ser ‘independientes y respetables” (DUBOIS, 87).
Ogè, a cuyo liderazgo se había
sumado el de Jean-Baptiste Chavanne, exigió de la Asamblea Provincial
el reconocimiento de la igualdad de derechos de todos los ciudadanos libres,
blancos o no. Ante la falta de resolución acerca de la cuestión, Ogè y
Chavannes hicieron efectiva su amenaza de “responder con la fuerza” y marcharon
hacia Le Cap, con unos tres mil hombres. Hubo algunos encuentros con las tropas
(en realidad, milicias de blancos y algunos integrantes de color) que había
enviado el gobernador Thomassin y luego su sucesor, Blanchelande, en los que
los rebeldes salieron triunfantes. No obstante, las milicias finalmente
derrotaron a los rebeldes. Ogè huyó a Santo Domingo, pero los españoles lo
extraditaron de inmediato. El y Chavannes fueron torturados en el potro y
murieron sin que el gobernador oyera pedido de perdón alguno. Junto con ellos
fueron muertos muchos de sus seguidores. Paradójicamente, los affranchis habían sido derrotados por
quienes estaban, por intereses comunes e inclusive ciertos lazos familiares,
más cerca de ellos: los plantadores blancos. La lucha entre ambos grupos no
cesó y por largo tiempo partidas armadas de affranchis
incursionaron en las plantaciones.
Como se verá, la rivalidad entre ambos
grupos se extendió hasta por lo menos 1802, aun cuando por razones
circunstanciales pudieran unirse. Los affranchis,
en su mayoría, sólo se unieron contra la invasión francesa de aquel año cuando,
bien avanzada esta y demostrando a los franceses, que los hombres color debían
ser vistos sin diferencias en cuanto a si habían sido esclavos o no.
Mientras tanto, se estaba incubando
una catástrofe, que desde hacía años acechaba a la aparente tranquilidad y prosperidad
de la colonia: una insurrección generalizada de los esclavos.
El 24 de agosto de 1971 estalló la siempre presentida revolución
de los esclavos de Santo Domingo. No se trató de un movimiento espontáneo, sin
preparación, planes o líderes definidos desde un principio. Por el contrario,
hacía tiempo que los esclavos, especialmente los del Norte, venían celebrando
reuniones clandestinas, con representantes de diversas plantaciones (FYCK, 91). Una semana antes, el 14 de agosto, hubo una reunión
para ultimar detalles. Uno de los asistentes informó que en Francia la Asamblea Nacional
había dado un decreto por el cual se abolía el uso del látigo para castigar a
los esclavos y se aumentaban a tres los días de descanso. Agregaba que los
plantadores y las autoridades locales se rehusaban a aplicar las medidas, por
lo que estaban en camino desde Francia tropas reales para ponerlas en
ejecución. Nada de esto era cierto, sólo se trataba de un rumor que se había
originado en Martinica, pero sirvió para inflamar los ánimos (DUBOIS, 98). Unos
propusieron obrar con prudencia y esperar las tropas francesas, mientras otros,
la mayoría, eran partidarios de obrar de inmediato. Finalmente se decidió que
el levantamiento tendría lugar el miércoles 24 de agosto. El día no fue elegido
al azar, sino que los organizadores especularon con el hecho de que tal era la
fecha en que se reuniría en Le Cap la Asamblea Colonial ,
lo cual constituía no solo una “distracción
para la población”, sino que era “una
oportunidad única para eliminar por completo toda la élite política de
Saint-Domingue” (DUBOIS, 98).
Los líderes de la insurrección fueron, en estos primeros tiempos,
Dutty Boukman y Jeannot Bullet, y una vez desatada la misma, asumirían el mando
Jean-François y Georges Biaussou. Broukman era un cochero y además, un líder
religioso, un houngan o sacerdote voudu. Se dice que la misma noche del 14
de agosto, o al día siguiente, celebró una ceremonia de su rito, en Bois
Caïman, en la que emitió una ardiente proclama que finalizaba con temibles
palabras: “Arrojad la imagen del dios de
los blancos que está sediento de nuestras lágrimas y oíd la voz de libertad que
habla en el corazón de todos nosotros”. Los participantes prestaron
juramento de secreto y venganza, sellado bebiendo la sangre de un cerdo negro
sacrificado en su presencia[9].
Es en estos primeros tiempos de la revolución de los esclavos
cuando aparece un nombre que luego se transformaría, hasta nuestros días, en el
símbolo de la independencia de Haití, François Dominique Toussaint Louverture[10]. Su papel no era de gran lucimiento en estos momentos aunque sí
de mucha utilidad, ya que servía de enlace entre los líderes de la rebelión que
se avecinaba y el sistema basado en la supremacía real. Como “hombre de color
libre” tenía un pase del gobernador para trasladarse libremente entre las
plantaciones (aunque, pese a su condición de hombre libre, continuaba habitando
en la que nació); del mismo modo, estaba en comunicación con ciertos elementos
realistas que veían en aquella rebelión una oportunidad para reforzar el poder
real, en tanto advertían la existencia de una causa común en ello, ya que,
después de todo, los esclavos parecían movilizarse contra las autoridades
locales que negaban un derecho que Luis XVI les habría otorgado, como ya se ha
mencionado (FYCK, 92).
Lo que siguió solo puede condensarse
en pocas palabras: una orgía de violencia de una y otra parte que envolvió a la
colonia entera y que dejó un saldo de muertos que nunca se conoció con
exactitud, pero que rondaba en unos cien mil esclavos y veinticuatro mil blancos.
A los fines de este trabajo sólo nos detendremos en dos aspectos de la
rebelión: el militar y el de su significado.
En lo que hace a lo militar, parecería
difícil determinar la existencia de tácticas preconcebidas, especialmente en lo
que hace a los esclavos, que ni estaban preparados para ello ni tenían otras
motivaciones que vengar sus sufrimientos y los de sus antepasados y, además, su
propia supervivencia. Sin embargo, había entre ellos los llamados “veteranos del Congo”, que tenían conocimientos y experiencia en materia de guerra. La táctica empleada por los esclavos estaba
basada en la guerra de guerrillas: pequeños grupos armados que actuaban con autonomía relativa, golpeando y
retirándose[11].
En cuanto al significado de la
rebelión, no parece que hubiera un manifiesto espíritu independentista entre
sus partidarios, incluyendo a sus líderes. Por eso se ha hecho la distinción,
en muchos casos, entre la
Revolución de los Esclavos, como un antecedente
imprescindible, no más ni menos que eso, de la Revolución Haitiana.
Se ha señalado que posiblemente entre plantadores y affranchis tal espíritu estaba mucho más desarrollado, influidos
por la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos (en la cual, sea dicho de paso, muchos de ellos lucharon
en el bando de los independentistas[12]).
Los esclavos buscaban su libertad o, cuando menos, mejores condiciones de vida
(no en vano se los incitó con el famoso rumor de la prohibición del látigo y el
alargamiento de los plazos de descanso). La presencia de muchos affranchis entre los revolucionarios,
especialmente entre sus líderes, no parece haber influido, al menos en esta
primera etapa, en el carácter más circunscripto que asumió la rebelión.
Es de señalar, como lo demuestra el
episodio del Bosque Caimán, la importancia que tuvo la religión en la
insurrección. “La insurrección de 1791
requería comunidad y líderes, y no existen dudas que, de uno u otro modo, las
prácticas religiosas facilitaron el proceso de su organización” (DUBOIS,
101).
Ante el cariz que tomaba la situación,
el gobierno de Francia decidió intervenir y envió dos comisiones, en noviembre
de 1791 y en septiembre de 1792, respectivamente. La primera fracasó cuando
estaba a punto de concluir una amnistía con los insurrectos, al enterarse estos
de que los colonos blancos preparaba una matanza cuando depusieran las armas (SCHEINA,
4).
La segunda comisión, que llegó con un
ejército de seis mil soldados, pronto fue ganada por uno de sus integrantes,
Léger Félicité Santhonax. Este era un revolucionario fanático y percibió
rápidamente que los blancos debían presumirse realistas y
contrarrevolucionarios, por lo que se fue acercando tanto a los affranchis como a los esclavos. La Asamblea Nacional
había sancionado el 28 de marzo de 1792, un decreto por el cual se establecía
que a partir de su sanción los hombres de color libres y mulatos tendrían los
mismos derechos políticos que los colonos blancos (este decreto fue aprobado
por el rey el 4 de abril de 1792). Los plantadores blancos se resistieron con
las armas pero en enero de 1793 tal resistencia se había sofocado en el norte y
el oeste del territorio, aunque en el sur no deponían su actitud.
“…Por
la fuerza de las armas los hombres de color libres y los mulatos habían
adquirido el ejercicio de sus derechos políticos. En el Oeste y en el Sur más
de mil esclavos habían obtenido su libertad. ¡El primer golpe al sistema
colonial había sido asestado!” (LÉGER.
57).
Ya
la situación había madurado para que los esclavos obtuvieran su ansiada
libertad.
[1] Artículo
1º de la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 1789.
[2] Decía Mirabeau: “No habíamos pensado que el momento estaba tan cercano cuando la gran
causa de la libertad de los negros estaba envuelta en la libertad general de la
raza humana que solemnemente sería establecida, reconocida y sancionada por la Asamblea Nacional.
Después de haber preconizado este principio, la Asamblea Nacional
no puede eludir la más justa y legítima de la consecuencias… decirles a los
negros, decirles a los plantadores, enseñar a toda Europa que no existen, que
no pueden existir en Francia, o en cualquier lugar regido por las leyes de
Francia, otros hombres que los hombres libres” (MILLS, 34).
[3] TULARD,
520 y 802. Recordemos que la liberación
de mulatos sólo se daba en el caso de un matrimonio entre un blanco y una
esclava, pero enfáticamente se afirmaba que si el blanco era casado, los hijos
concebidos con una esclava seguirían siendo esclavos, al igual que su madre.
[4] Esta Sociedad se dirigió a la Asamblea Nacional
expresando: “No
les estamos pidiendo que restituyáis a los negros franceses esos derechos
políticos que en sí mismos, no obstante, consagran y mantienen la dignidad del
hombre. Ni siquiera estamos pidiendo su libertad. No…Sólo pedimos que cese la
matanza de miles de negros cada año para capturar a cientos de cautivos.
Pedimos que de aquí en más cese la prostitución, la profanación del nombre de
Francia, usado para autorizar estos robos, estos atroces crímenes. En una
palabra: pedimos la abolición de la trata de esclavos…” Texto completo
disponible en /www.historywiz.com
/primarysources/societyfob.htm
[5] Ambos residían en París y “gracias a su fortuna e instrucción, gozaban
de gran prestigio en su clase. Habían tomado la iniciativa de un movimiento
cuyo objetivo era decididamente legítimo: querían poner fin al envilecimiento
de su raza. Los mulatos habían respondido a este llamado, habían designado
comisarios para defender su causa y, por cierto, su elección recayó en Ogè y
Raimond” (CASTONNET DE FOSSES, 39).
[6] “…Esta Libertad, el más grande, el primero de los dones, ¿está hecha para
todos los hombres? Creo que sí. ¿Debiera otorgarse a todos los hombres? He aquí
para nosotros, señores, la más importante de las cuestiones…Si no adoptamos las
medidas eficaces lo antes posible; si la firmeza, el coraje y la constancia no
nos animan a todos nosotros; si rápidamente no reunimos toda nuestra
inteligencia, todos nuestros medios, y todos nuestro esfuerzos; si nos dormimos
por un instante al borde del abismo, ¡temblaremos al despertarnos! Veremos la
sangre fluyendo, nuestras tierras invadidas, los frutos de nuestra industria
arrasados. Veremos a nuestros vecinos, a nuestros amigos, a nuestras esposas, a
nuestros hijos, con sus gargantas cortadas y sus cuerpos mutilados; los
esclavos levantarán el estandarte de rebelión y las islas no serán sino un
vasto y funesto incendio. El comercio quedará arruinado. Francia recibirá una
herida mortal y una multitud de honestos ciudadanos se empobrecerá y arruinará.
Perderemos todos”( Biblioteca
Nacional de Francia, MOTION faite par M.
VINCENT OGÈ, jeune, à l’assamblée des COLONS, habitans de S.Domingue, à l’hotel
de Massiac, Place des Victoire, disponible en /gallica. bnf.fr
/ark:/12148/bpt6k5612543t/f2.image).
[7] OTT,
47.
[8] “Si, por el contrario, algún motivo pueda empujarlos [a los
negros] a la insurrección, ¿no podría ser por la indiferencia de la Asamblea Nacional
acerca de su suerte? ¿No podría ser por la insistencia en agobiarlos con sus
cadenas, cuando se consagra en todas partes este axioma eterno: todos los
hombres nacen libres e iguales en derechos? Por lo tanto, ¿sólo habrá grilletes
y patíbulos para los negros en tanto la buena suerte sólo brillará para los
blancos? No tengan dudas, nuestra feliz revolución reinflamará a los negros
cuya venganza y resentimiento se han venido incubando durante tanto tiempo, y
no será con castigos que tal insurrección será reprimida. De una rebelión
sofocada malamente nacerán otras veinte, de las cuales basta una sola para
arruinar a los colonos para siempre” (véase nota 2).
[9] Era una forma de pacto
probablemente derivada de las tradiciones de África Occidental (DUBOIS,
100). Este autor señala que Antoine Dalmas fue el primero que se refirió a
esta reunión en el Bois-Caïman. En efecto, en su obra, publicada en 1814, este
autor describe la ceremonia, más o menos de la forma en que ha sido relatado
por Dubois, aunque concluye diciendo: “Era
natural que una casta tan ignorante y tan embrutecida preludiara los atentados
más espantosos por medio de los ritos supersticiosos de una religión absurda y
sanguinaria” (DALMAS, 118)
[10] Abundar
sobre la biografía de Toussaint Louverture excedería en mucho tanto la
extensión como la intención de este trabajo. Tuvo detractores encarnizados y
admiradores incondicionales. Probablemente, como ocurre con todos los humanos,
estaban mezclados en él muchos sentimientos y acciones encontradas. En lo que
unos y otros están contestes, utilizando expresiones diferentes, es que fue un
hombre excepcional para su época. Nació el 20 de mayo de 1743 en Haut-du-Cap,
en las afueras de Le Cap, como François Dominique Toussaint Bréda, tomando el
apellido de la familia propietaria de la plantación. En algún momento de la
década de 1770 (¿1776?) fue emancipado, luego de haber sido cochero y encargado
de ganado en la plantación. A los pocos años, Toussaint (si bien es un nombre
de pila, muchas veces se lo nombra de esta simple manera) ya era propietario su
propio esclavo, un africano llamado Jean-Baptiste, a quien liberó al poco
tiempo. Era nieto de un rey africano y adoptó la religión católica como lo
había hecho su padre. Bajo la guía del affrachis
Pierre Baptiste, su padrino, estudió geometría, francés y latin (Dubois, passim). Su aporte a la
gente de su raza y a su país, en sus grandes rasgos, están condesados en el
texto que sigue.
[11] “…Los líderes insurgentes Jean-François y
Biassou pusieron en claro la importancia de las tácticas militares africanas en
una carta de fines de 1791, en la que
decían que muchos de sus seguidores eran ‘multitud de negros de la costa
[esto es, africanos] muchos de los cuales difícilmente pueden decir dos
palabras en francés pero que en su tierra están acostumbrados a luchar en
guerras” (DUBOIS, 109). Este autor señala que, asimismo, muchos de los “hombres de color libres” habían servido
en la milicia colonial, donde habían adquirido experiencia militar. Inclusive
se dio el caso de la deserción de un grupo de “mulatos y negros libres”, que se unieron a los rebeldes con armas y
bagajes.
[12] “La Guerra de la Independencia
posiblemente tuvo su impacto más grande entre la comunidad libre descendiente
de africanos. Un regimiento especial de gentes de color libres fue reclutado y
enviado a Georgia para luchar junto los colonos rebeldes. Inclúía a André
Rigaud, Jean-Baptiste Chavannes, J.-B. Villatte, Henry Christophe, Jen-Pierre
Lambert y Louis-Jacques Beauvais; su lista de integrantes se leía como un pase
de lista de los futuros revolucionarios” (GEGGUS, 8).
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