jueves, 13 de octubre de 2016

Haití. Un homenaje.

Haití

De la Rebelión de los Esclavos a la Independencia (Segunda Parte)




III

"Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos"[1]

            La Asamblea Nacional francesa adoptó el 26 de agosto de 1789 la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Desde el primer momento, se señaló que la Asamblea se había abstenido de mención alguna con relación a la esclavitud que existía en todas las colonias francesas. Asimismo, tampoco establecía la igualdad de derechos entre blancos y affranchis. Se produjo entonces un enconado enfrentamiento entre varias partes, cada una defendiendo determinados derechos en torno a la cuestión.


Los plantadores blancos, agrupados en lo que se dio en llamar el Club Massiac (por el hotel donde se reunían) trataban de influir en la Asamblea para que esta no avanzara sobre el tema de la esclavitud, sobre todo interpretando en todo su significado algunos de los principios de la Declaración (cuesta admitir que la esclavitud pueda ser ajena a que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales[2]). Por su lado, los representantes de la Société des Amis des Noirs (Sociedad de Amigos de los Negros), fundada el 19 de febrero de 1788, que contaba entre sus miembros  a personajes de la talla de Mirabeau, La Fayette, Condorcet y el mismo Pétion, futuro presidente de Haití, y que había nacido abogando por una abolición inmediata de la esclavitud en todas las colonias francesas, ahora transitaba por caminos más limitados: suprimir la trata de esclavos y lograr la liberación de los esclavos mulatos[3] [4].

Por último, los propios affranchis, quienes representados por Vincent Ogé y Julián Raimond[5], pedían ser igualados en derechos con los blancos, con quienes muchos de ellos compartían el ser propietarios de tierras (y de esclavos) y el pago de impuestos.

Premonitoriamente, Vincent Ogé se dirigió a los plantadores blancos reunidos en París, con palabras que resumían lo caótico de los años que siguieron[6].

            No hubo acuerdos, la Asamblea Nacional realizó tímidos ensayos para resolver la situación, especialmente la relacionada con la igualdad de derechos entre blancos y affranchis, que por su ambigüedad no hicieron más que echar leña a la hoguera. Tal ambigüedad no era sino “un compromiso político cínico y cobarde, y en él estaban sembradas las semillas de un conflicto brutal (DUBOIS, 85).Y así, Saint-Domingue se dirigió rápidamente hacia el destino que Ogè había vislumbrado. Él fue una de sus primeras víctimas.

IV

“Explosión y confusión”[7]: De la revuelta affranchis a la Rebelión de los Esclavos

            Ogè dejó París, desencantado ante la “inutilidad” de las conversaciones que no conducirían a ningún resultado positivo, “resolvió volver a su colonia, las armas en la mano, para exigir los derechos políticos para su casta” (DUBOIS, 87).

            Después de entrevistarse en Londres con Thomas Clarkson, un líder abolicionista que lo habría provisto de fondos con los que compró armas en Charleston (Carolina del Sur),  se embarcó para Saint-Domingue, donde arribó secretamente en octubre de 1770. Rápidamente reunió a varios centenares de seguidores de la región donde habitaba, cercana a Le Cap, quienes “estaban dispuestos a tomar las armas para ser ‘independientes y respetables” (DUBOIS, 87).

            Ogè, a cuyo liderazgo se había sumado el de Jean-Baptiste Chavanne, exigió de la Asamblea Provincial el reconocimiento de la igualdad de derechos de todos los ciudadanos libres, blancos o no. Ante la falta de resolución acerca de la cuestión, Ogè y Chavannes hicieron efectiva su amenaza de “responder con la fuerza” y marcharon hacia Le Cap, con unos tres mil hombres. Hubo algunos encuentros con las tropas (en realidad, milicias de blancos y algunos integrantes de color) que había enviado el gobernador Thomassin y luego su sucesor, Blanchelande, en los que los rebeldes salieron triunfantes. No obstante, las milicias finalmente derrotaron a los rebeldes. Ogè huyó a Santo Domingo, pero los españoles lo extraditaron de inmediato. El y Chavannes fueron torturados en el potro y murieron sin que el gobernador oyera pedido de perdón alguno. Junto con ellos fueron muertos muchos de sus seguidores. Paradójicamente, los affranchis habían sido derrotados por quienes estaban, por intereses comunes e inclusive ciertos lazos familiares, más cerca de ellos: los plantadores blancos. La lucha entre ambos grupos no cesó y por largo tiempo partidas armadas de affranchis incursionaron en las plantaciones.

Como se verá, la rivalidad entre ambos grupos se extendió hasta por lo menos 1802, aun cuando por razones circunstanciales pudieran unirse. Los affranchis, en su mayoría, sólo se unieron contra la invasión francesa de aquel año cuando, bien avanzada esta y demostrando a los franceses, que los hombres color debían ser vistos sin diferencias en cuanto a si habían sido esclavos o no.

Mientras tanto, se estaba incubando una catástrofe, que desde hacía años acechaba a la aparente tranquilidad y prosperidad de la colonia: una insurrección generalizada de los esclavos.

La Sociedad de los Amigos de los Negros, al dirigirse a la Asamblea Nacional el 5 de febrero de 1790, pieza a la que ya nos hemos referido, incluía una tremenda advertencia que surgía de la propia naturaleza de los hechos[8].

El 24 de agosto de 1971 estalló la siempre presentida revolución de los esclavos de Santo Domingo. No se trató de un movimiento espontáneo, sin preparación, planes o líderes definidos desde un principio. Por el contrario, hacía tiempo que los esclavos, especialmente los del Norte, venían celebrando reuniones clandestinas, con representantes de diversas plantaciones (FYCK, 91). Una semana antes, el 14 de agosto, hubo una reunión para ultimar detalles. Uno de los asistentes informó que en Francia la Asamblea Nacional había dado un decreto por el cual se abolía el uso del látigo para castigar a los esclavos y se aumentaban a tres los días de descanso. Agregaba que los plantadores y las autoridades locales se rehusaban a aplicar las medidas, por lo que estaban en camino desde Francia tropas reales para ponerlas en ejecución. Nada de esto era cierto, sólo se trataba de un rumor que se había originado en Martinica, pero sirvió para inflamar los ánimos (DUBOIS, 98). Unos propusieron obrar con prudencia y esperar las tropas francesas, mientras otros, la mayoría, eran partidarios de obrar de inmediato. Finalmente se decidió que el levantamiento tendría lugar el miércoles 24 de agosto. El día no fue elegido al azar, sino que los organizadores especularon con el hecho de que tal era la fecha en que se reuniría en Le Cap la Asamblea Colonial, lo cual constituía no solo una “distracción para la población”, sino que era “una oportunidad única para eliminar por completo toda la élite política de Saint-Domingue” (DUBOIS, 98).

Los líderes de la insurrección fueron, en estos primeros tiempos, Dutty Boukman y Jeannot Bullet, y una vez desatada la misma, asumirían el mando Jean-François y Georges Biaussou. Broukman era un cochero y además, un líder religioso, un houngan o sacerdote voudu. Se dice que la misma noche del 14 de agosto, o al día siguiente, celebró una ceremonia de su rito, en Bois Caïman, en la que emitió una ardiente proclama que finalizaba con temibles palabras: “Arrojad la imagen del dios de los blancos que está sediento de nuestras lágrimas y oíd la voz de libertad que habla en el corazón de todos nosotros”. Los participantes prestaron juramento de secreto y venganza, sellado bebiendo la sangre de un cerdo negro sacrificado en su presencia[9].

Es en estos primeros tiempos de la revolución de los esclavos cuando aparece un nombre que luego se transformaría, hasta nuestros días, en el símbolo de la independencia de Haití, François Dominique Toussaint Louverture[10]. Su papel no era de gran lucimiento en estos momentos aunque sí de mucha utilidad, ya que servía de enlace entre los líderes de la rebelión que se avecinaba y el sistema basado en la supremacía real. Como “hombre de color libre” tenía un pase del gobernador para trasladarse libremente entre las plantaciones (aunque, pese a su condición de hombre libre, continuaba habitando en la que nació); del mismo modo, estaba en comunicación con ciertos elementos realistas que veían en aquella rebelión una oportunidad para reforzar el poder real, en tanto advertían la existencia de una causa común en ello, ya que, después de todo, los esclavos parecían movilizarse contra las autoridades locales que negaban un derecho que Luis XVI les habría otorgado, como ya se ha mencionado (FYCK, 92).

Lo que siguió solo puede condensarse en pocas palabras: una orgía de violencia de una y otra parte que envolvió a la colonia entera y que dejó un saldo de muertos que nunca se conoció con exactitud, pero que rondaba en unos cien mil esclavos y veinticuatro mil blancos. A los fines de este trabajo sólo nos detendremos en dos aspectos de la rebelión: el militar y el de su significado.

En lo que hace a lo militar, parecería difícil determinar la existencia de tácticas preconcebidas, especialmente en lo que hace a los esclavos, que ni estaban preparados para ello ni tenían otras motivaciones que vengar sus sufrimientos y los de sus antepasados y, además, su propia supervivencia. Sin embargo, había entre ellos los llamados  “veteranos del Congo”, que tenían conocimientos y experiencia en materia de guerra. La táctica empleada por los esclavos estaba basada en la guerra de guerrillas: pequeños grupos armados que actuaban  con autonomía relativa, golpeando y retirándose[11].

En cuanto al significado de la rebelión, no parece que hubiera un manifiesto espíritu independentista entre sus partidarios, incluyendo a sus líderes. Por eso se ha hecho la distinción, en muchos casos, entre la Revolución de los Esclavos, como un antecedente imprescindible, no más ni menos que eso, de la Revolución Haitiana. Se ha señalado que posiblemente entre plantadores y affranchis tal espíritu estaba mucho más desarrollado, influidos por la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos (en la cual, sea dicho de paso, muchos de ellos lucharon en el bando de los independentistas[12]). Los esclavos buscaban su libertad o, cuando menos, mejores condiciones de vida (no en vano se los incitó con el famoso rumor de la prohibición del látigo y el alargamiento de los plazos de descanso). La presencia de muchos affranchis entre los revolucionarios, especialmente entre sus líderes, no parece haber influido, al menos en esta primera etapa, en el carácter más circunscripto que asumió la rebelión.

Es de señalar, como lo demuestra el episodio del Bosque Caimán, la importancia que tuvo la religión en la insurrección. “La insurrección de 1791 requería comunidad y líderes, y no existen dudas que, de uno u otro modo, las prácticas religiosas facilitaron el proceso de su organización” (DUBOIS, 101).

Ante el cariz que tomaba la situación, el gobierno de Francia decidió intervenir y envió dos comisiones, en noviembre de 1791 y en septiembre de 1792, respectivamente. La primera fracasó cuando estaba a punto de concluir una amnistía con los insurrectos, al enterarse estos de que los colonos blancos preparaba una matanza cuando depusieran las armas (SCHEINA, 4).

La segunda comisión, que llegó con un ejército de seis mil soldados, pronto fue ganada por uno de sus integrantes, Léger Félicité Santhonax. Este era un revolucionario fanático y percibió rápidamente que los blancos debían presumirse realistas y contrarrevolucionarios, por lo que se fue acercando tanto a los affranchis como a los esclavos. La Asamblea Nacional había sancionado el 28 de marzo de 1792, un decreto por el cual se establecía que a partir de su sanción los hombres de color libres y mulatos tendrían los mismos derechos políticos que los colonos blancos (este decreto fue aprobado por el rey el 4 de abril de 1792). Los plantadores blancos se resistieron con las armas pero en enero de 1793 tal resistencia se había sofocado en el norte y el oeste del territorio, aunque en el sur no deponían su actitud.

“…Por la fuerza de las armas los hombres de color libres y los mulatos habían adquirido el ejercicio de sus derechos políticos. En el Oeste y en el Sur más de mil esclavos habían obtenido su libertad. ¡El primer golpe al sistema colonial había sido asestado!” (LÉGER. 57).

Ya la situación había madurado para que los esclavos obtuvieran su ansiada libertad.





[1]           Artículo 1º de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 1789.
[2]           Decía Mirabeau: “No habíamos pensado que el momento estaba tan cercano cuando la gran causa de la libertad de los negros estaba envuelta en la libertad general de la raza humana que solemnemente sería establecida, reconocida y sancionada  por la Asamblea Nacional. Después de haber preconizado este principio, la Asamblea Nacional no puede eludir la más justa y legítima de la consecuencias… decirles a los negros, decirles a los plantadores, enseñar a toda Europa que no existen, que no pueden existir en Francia, o en cualquier lugar regido por las leyes de Francia, otros hombres que los hombres libres” (MILLS, 34).
[3]           TULARD, 520 y 802.  Recordemos que la liberación de mulatos sólo se daba en el caso de un matrimonio entre un blanco y una esclava, pero enfáticamente se afirmaba que si el blanco era casado, los hijos concebidos con una esclava seguirían siendo esclavos, al igual que su madre.
[4]           Esta  Sociedad se dirigió a la Asamblea Nacional expresando: No les estamos pidiendo que restituyáis a los negros franceses esos derechos políticos que en sí mismos, no obstante, consagran y mantienen la dignidad del hombre. Ni siquiera estamos pidiendo su libertad. No…Sólo pedimos que cese la matanza de miles de negros cada año para capturar a cientos de cautivos. Pedimos que de aquí en más cese la prostitución, la profanación del nombre de Francia, usado para autorizar estos robos, estos atroces crímenes. En una palabra: pedimos la abolición de la trata de esclavos…” Texto completo disponible en /www.historywiz.com /primarysources/societyfob.htm
[5]           Ambos residían en París y “gracias a su fortuna e instrucción, gozaban de gran prestigio en su clase. Habían tomado la iniciativa de un movimiento cuyo objetivo era decididamente legítimo: querían poner fin al envilecimiento de su raza. Los mulatos habían respondido a este llamado, habían designado comisarios para defender su causa y, por cierto, su elección recayó en Ogè y Raimond” (CASTONNET DE FOSSES, 39).
[6]           “…Esta Libertad, el más grande, el primero de los dones, ¿está hecha para todos los hombres? Creo que sí. ¿Debiera otorgarse a todos los hombres? He aquí para nosotros, señores, la más importante de las cuestiones…Si no adoptamos las medidas eficaces lo antes posible; si la firmeza, el coraje y la constancia no nos animan a todos nosotros; si rápidamente no reunimos toda nuestra inteligencia, todos nuestros medios, y todos nuestro esfuerzos; si nos dormimos por un instante al borde del abismo, ¡temblaremos al despertarnos! Veremos la sangre fluyendo, nuestras tierras invadidas, los frutos de nuestra industria arrasados. Veremos a nuestros vecinos, a nuestros amigos, a nuestras esposas, a nuestros hijos, con sus gargantas cortadas y sus cuerpos mutilados; los esclavos levantarán el estandarte de rebelión y las islas no serán sino un vasto y funesto incendio. El comercio quedará arruinado. Francia recibirá una herida mortal y una multitud de honestos ciudadanos se empobrecerá y arruinará. Perderemos todos”( Biblioteca Nacional de Francia, MOTION faite par M. VINCENT OGÈ, jeune, à l’assamblée des COLONS, habitans de S.Domingue, à l’hotel de Massiac, Place des Victoire, disponible en /gallica. bnf.fr /ark:/12148/bpt6k5612543t/f2.image).
[7]           OTT, 47.
[8]           Si, por el contrario, algún motivo pueda empujarlos [a los negros] a la insurrección, ¿no podría ser por la indiferencia de la Asamblea Nacional acerca de su suerte? ¿No podría ser por la insistencia en agobiarlos con sus cadenas, cuando se consagra en todas partes este axioma eterno: todos los hombres nacen libres e iguales en derechos? Por lo tanto, ¿sólo habrá grilletes y patíbulos para los negros en tanto la buena suerte sólo brillará para los blancos? No tengan dudas, nuestra feliz revolución reinflamará a los negros cuya venganza y resentimiento se han venido incubando durante tanto tiempo, y no será con castigos que tal insurrección será reprimida. De una rebelión sofocada malamente nacerán otras veinte, de las cuales basta una sola para arruinar a los colonos para siempre” (véase nota 2).
[9]           Era una forma de pacto probablemente derivada de las tradiciones de África Occidental (DUBOIS, 100). Este autor señala que Antoine Dalmas fue el primero que se refirió a esta reunión en el Bois-Caïman. En efecto, en su obra, publicada en 1814, este autor describe la ceremonia, más o menos de la forma en que ha sido relatado por Dubois, aunque concluye diciendo: “Era natural que una casta tan ignorante y tan embrutecida preludiara los atentados más espantosos por medio de los ritos supersticiosos de una religión absurda y sanguinaria” (DALMAS, 118)
[10]          Abundar sobre la biografía de Toussaint Louverture excedería en mucho tanto la extensión como la intención de este trabajo. Tuvo detractores encarnizados y admiradores incondicionales. Probablemente, como ocurre con todos los humanos, estaban mezclados en él muchos sentimientos y acciones encontradas. En lo que unos y otros están contestes, utilizando expresiones diferentes, es que fue un hombre excepcional para su época. Nació el 20 de mayo de 1743 en Haut-du-Cap, en las afueras de Le Cap, como François Dominique Toussaint Bréda, tomando el apellido de la familia propietaria de la plantación. En algún momento de la década de 1770 (¿1776?) fue emancipado, luego de haber sido cochero y encargado de ganado en la plantación. A los pocos años, Toussaint (si bien es un nombre de pila, muchas veces se lo nombra de esta simple manera) ya era propietario su propio esclavo, un africano llamado Jean-Baptiste, a quien liberó al poco tiempo. Era nieto de un rey africano y adoptó la religión católica como lo había hecho su padre. Bajo la guía del affrachis Pierre Baptiste, su padrino, estudió geometría, francés y latin (Dubois, passim). Su aporte a la gente de su raza y a su país, en sus grandes rasgos, están condesados en el texto que sigue.
[11]          “…Los líderes insurgentes Jean-François y Biassou pusieron en claro la importancia de las tácticas militares africanas en una carta de fines de 1791, en la que  decían que muchos de sus seguidores eran ‘multitud de negros de la costa [esto es, africanos] muchos de los cuales difícilmente pueden decir dos palabras en francés pero que en su tierra están acostumbrados a luchar en guerras” (DUBOIS, 109). Este autor señala que, asimismo, muchos de los “hombres de color libres” habían servido en la milicia colonial, donde habían adquirido experiencia militar. Inclusive se dio el caso de la deserción de un grupo de “mulatos y negros libres”, que se unieron a los rebeldes con armas y bagajes.
[12]          La Guerra de la Independencia posiblemente tuvo su impacto más grande entre la comunidad libre descendiente de africanos. Un regimiento especial de gentes de color libres fue reclutado y enviado a Georgia para luchar junto los colonos rebeldes. Inclúía a André Rigaud, Jean-Baptiste Chavannes, J.-B. Villatte, Henry Christophe, Jen-Pierre Lambert y Louis-Jacques Beauvais; su lista de integrantes se leía como un pase de lista de los futuros revolucionarios” (GEGGUS, 8). 

© 2016 Rubén A. Barreiro

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