martes, 11 de octubre de 2016

Haití. Un homenaje.


Una vez más, las fuerzas de la Naturaleza se han ensañado con la República de Haití. El huracán Matthew ha pasado dejando un triste saldo de muertos y destrucción. En 2011 preparamos un trabajo sobre la Revolución Haitiana, con la intención de exponerlo durante el 37° Congreso Internacional de Historia Militar, organizado por la Comisión Internacional de Historia Militar (CIHM), dedicado al tema "Descolonización. Guerras coloniales y de independencia desde el Siglo XVIII hasta el presente", celebrado en Río de Janeiro en 2011. Lamentablemente, insuperables problemas  de salud nos impidieron hacerlo. Hoy, a manera de homenaje a Haití y a su gente, en esta nueva hora de tristeza, comenzamos su publicación (solo hemos actualizado algunos datos, de los que no disponíamos en el momento de la redacción original). Al releerlo, encontramos las raíces profundas que han llevado al pueblo haitiano, una y otra vez, a superar las tremendas pruebas a las que ha sido sometido desde hace dos siglos. Dentro del marco de la historia militar, lo ocurrido entre 1791 y 1804 en la “Perla del Caribe”, tiene características tan propias como únicas. En especial, si enfocamos, como creemos que debe ser, el estudio de la historia militar bajo el concepto de la íntima e inescindible relación de guerra y sociedad. Rubén A. Barreiro.

Haití

De la Rebelión de los Esclavos a la Independencia (Primera Parte) 


I
Introducción

          
            El 14 de diciembre de 1801 partió del puerto francés de Brest una gran flota, que en los meses sucesivos fue seguida por otras. Todas ellas, transportando un vasto ejército, compuesto por aguerridas tropas, se dirigían hacia Saint-Domingue [1], colonia francesa que venía experimentando crecientes conflictos desde 1791, para reestablecer el dominio efectivo de la República -ya bajo el Consulado, presagio del Imperio- sobre la misma, en tanto quienes lo detentaban en la realidad eran los exesclavos liderados por Toussaint-Louverture… “el Océano entonces se cubriría con buques para castigar a un esclavo rebelde” (METRAL, 30).

            El general Charles Victor-Emmanuel Leclerc, comandante en jefe de la expedición, cuñado del Primer Cónsul, era portador de unas muy precisas instrucciones de este [2], que contemplaban múltiples aspectos que excedían con mucho el simple castigo de un esclavo rebelde. Detrás de la decisión de Bonaparte había mucho más que una expedición punitiva, no siendo el menor de sus propósitos el de restaurar el imperio colonial francés que poco a poco se había ido debilitando, y la ambición de constituir a partir del mismo uno que se extendiera mucho más allá.

            Esto por un lado, por el otro se presentaba un fenómeno único  hasta ese momento: una prolongada lucha que había comenzado en 1791 con una rebelión de esclavos, triunfante al calor de los principios de la Revolución Francesa, cuyo objetivo primero era la obtención de la libertad para quienes representaban el noventa por ciento de la población de la colonia y que con el paso del tiempo llevaría, de una manera tal vez poco perceptible para las potencias europeas, a un proceso de independencia que, paradójicamente, sería acelerado por la expedición francesa al mando de Leclerc.

            ¿Cómo se había llegado a esta situación? ¿Qué había ocurrido en la colonia que hiciera necesario que Napoleón debiera recurrir a una fuerza poderosa como la que estaba zarpando de Brest y de otros puertos europeos?

II
“La más bella y la más rica de las Antillas”[3]

            Descubierta en diciembre de 1492 durante el primer viaje de Cristóbal Colón, La Española, como el navegante llamó a esa tierra, fue el asiento de la primera población en América: el fuerte de La Navidad, construido con los despojos de su nave capitana, la Santa María, en un lugar que luego sería llamado Môle Saint-Nicolas, de gran protagonismo en los hechos que trataremos. De allí en más, los españoles acudieron a establecerse en la isla, poblada durante el descubrimiento por tribus indígenas que pronto fueron desapareciendo, víctimas de las enfermedades físicas y morales de los recién llegados[4]. Al escasear la mano de obra que los indios proporcionaban, comenzaron a introducirse esclavos procedentes de diversos lugares de África. La tierra era generosa en la isla, prestándose a toda clase de cultivos. Tanta feracidad atrajo a los franceses, quienes se establecieron en su parte occidental[5], estableciéndose formalmente en ella a través del Tratado de Ryswick[6], por el cual el Reino de España cedía a Francia la porción que esta ocupaba, que equivalía a más o menos un tercio de la superficie total de la isla.

            El desarrollo de cada una de las partes de la isla fue desigual. La española creció lentamente, en tanto Saint-Domingue lo hacía a pasos agigantados. Pronto se transformó en la más rica de las colonias europeas, no sólo en las Indias Occidentales sino en todo el mundo. El principal cultivo era la caña de azúcar y la extensión alcanzada por el mismo estuvo en proporción directa con la mano de obra empleada: los esclavos traídos de África en número creciente[7].

            No parece propio de este trabajo reseñar cómo la esclavitud se desarrolló en Saint-Domingue, como tampoco ahondar en los detalles de su floreciente economía. Tan solo diremos que en vísperas de la Revolución Francesa, producía cerca de la mitad del azúcar y del café que se consumía en Europa y en los Estados Unidos. A esto se agregaban cultivos de algodón, cacao, índigo y otras materias primas. Las dos quintas partes del comercio exterior francés se originaba en su colonia, a través de más de ocho mil plantaciones[8].  
  
            El comercio de la colonia con Francia obedecía a cánones monopólicos propios de la época: el 100% de su producción era vendida exclusivamente a Francia y el 100% de sus importaciones procedían de la metrópoli. Naturalmente, era el gobierno de esta quien fijaba los precios en uno y otro caso. No es de extrañar, como se verá, que en esta época el movimiento independentista tuviera más adherentes entre los plantadores que entre los esclavos, más preocupados estos últimos en la recuperación de su dignidad a través de su liberación. 

            Esta prosperidad, sometida a reglas comerciales tan estrictas, se proyectaba sobre un escenario social potencialmente conflictivo, que por momentos se exteriorizaba en protestas, motines o insurrecciones, sea provocados por el descontento de los colonos con la metrópoli, sea por los esclavos que perseguían mejor trato o su liberación[9]. La sociedad estaba dividida, en primer lugar, racialmente, pero inclusive dentro de los mismos grupos étnicos existían niveles fundados especialmente en la situación económica de sus componentes. Blancos, affranchis o esclavos liberados, y esclavos de origen africano componían la sociedad de la colonia (existiendo una cuarta clase, la de los esclavos fugitivos, que por sus actividades y cantidad tenía caracteres propios).

            Es difícil establecer cifras concretas para cuantificar cada categoría, pero puede decirse que en la época mencionada, los blancos sumaban entre 38.000 y 42.000, incluyendo soldados y marineros en tránsito. La pequeña comunidad blanca estaba unida por “solidaridad racial” pero profundamente dividida en clases sociales, cuyas líneas divisorias pasaban por lo económico (GEGGUS 2009, 6). Los grands blancs eran dueños de las plantaciones más importantes, muchas veces residentes en Europa gran parte del año, diferenciados socialmente de aquellos plantadores que vivían permanentemente en la colonia. Los grands blancs estaban llamados a ocupar los puestos más altos en la administración colonial y en las fuerzas militares. Existía una clase media, compuesta sobre todo por los representantes de los armadores de los buques que hacían el tráfico con Francia, los comerciantes, los maestros y ocasionalmente por dueños de pequeñas plantaciones. Finalmente, los petit blancs eran artesanos (carpinteros, albañiles, etc.), capataces de las plantaciones, pequeños granjeros y militares de baja graduación. “Ser noble, rico, blanco y nacido en Francia constituía el máximo de la escala social” (SCHEINA, I-2). Si bien las diferencias de poderío económico eran abismales entre unos y otros, las distintas categorías de blancos convivían en buenos términos. “Tenían un interés común que los unía, la esclavitud, y reservaban su desprecio para “la gente de color” (CASTONNET DE FOSSES, 10).

Por su parte, los affranchis eran esclavos liberados o negros nacidos libres, también conocidos en la colonia como “la gente de color”, muchos de ellos mulatos[10]. Algunos no sólo eran propietarios de tierras sino también de esclavos (inclusive, no pocos de ellos tenían una posición económica más acomodada que los “pequeños blancos”; poseían cerca de 2.000 plantaciones). Sumaban alrededor de 30.000 a 38.000, (es decir que su número era similar al de los blancos)[11].

            Finalmente, los esclavos nacidos en África  o sus hijos, llegaban a 434.429[12], de tal manera que constituían aproximadamente el noventa por ciento de la población. La mayoría trabajaba la tierra y otros se dedicaban a las tareas domésticas en casa de sus amos. Tampoco entre los esclavos existía homogeneidad social, pero ya no era la riqueza el origen de las diferencias sino el origen geográfico, la identidad tribal[13],  y su resultado inseparable, el idioma.

            Una clase especial la constituían los esclavos  fugitivos, maroons, cimarrones o mawons (su designación en créole). Obviamente, su cantidad no era conocida ni siquiera aproximadamente, aunque se supone que sumaban varios miles. Muchos de ellos se unieron formando grupos que merodeaban las plantaciones cercanas, atacándolas en muchas ocasiones[14]

            Tal la situación, a grandes rasgos, de la colonia de Saint-Domingue al advenimiento de la Revolución Francesa. “La colonia de Saint-Domingue estaba madura para una revolución. El incendio se incubaba debajo de la cenizas y era suficiente la chispa más pequeña para desatarlo” (CASTONNET DE FOSSES, 32). 




[1]           Este era el nombre de la parte francesa de la isla La Española (también  conocida como Hispaniola, especialmente entre los anglosajones). Santo Domingo era la denominación del territorio restante,  colonia del Reino de España.
[2]           Nos referiremos a las mismas con mayor detalle más adelante.
[3]           Bouvet de Cressé, A.J.B., Histoire de la catastrophe de Saint-Domingue, Librairie de Peytieux, París, 1824, pág. II.
[4]           En 1514, de una población entre 500.000 a 750.000 aborígenes en la época del descubrimiento, sólo quedaban 29.000. A mediados del siglo XVI la población autóctona había desaparecido (DUBOIS, 14).
[5]           Los primeros franceses en establecerse fueron los filibusteros o piratas que lo hicieron en la Isla Tortuga y los bucaneros, que se adentraron en la isla. En 1680, se contaban en alrededor de 4000 los colonos de ese origen, casi todos procedentes del Ducado de Anjou, en el valle del Loire (DUBOIS, 17).
[6]           Este tratado, llamado así por la ciudad neerlandesa donde fue firmado en 1697, arreglaba las diferencias que habían originado la Guerra de la Gran Alianza o Guerra de los Nueve Años (1688-97). En 1777 y, a través del Tratado de Aranjuez, se ratificó la partición de la isla. En 1795, en la denominada Paz de Basilea, España cedió a Francia su parte, quedando esta última como poseedora exclusiva de la isla.  Hasta entonces, se ha señalado que “…Hispaniola era un espejo de la política europea: cuando Francia España estaban en guerra en Europa, sus colonos también luchaban en Hispaniola” (Sagas, Ernesto, An Apparent contradiction? Popular perceptions of Haiti and the Foreign Policy of the Dominican Republic, 1994, disponible en http://www.webster.edu/~corbetre/ haiti/  misctopic/dominican/conception.htm).
[7]           La caña de azúcar se habría introducido en la isla hacia 1505 y los primeros esclavos llegaron de África hacia 1510. Entre 1780 y 1788 la superficie con cultivo de caña de azúcar se incrementó en un 74%. En el mismo periodo también aumentó notablemente la cantidad de esclavos -véase nota 12- (SCHNAKENBOURG, 153). La relación entre un incremento y el otro es por demás evidente.
[8]           “La importancia de Saint-Domingue para Francia no sólo era económica sino fiscal (derechos de aduana) y también estratégica, en tanto el comercio colonial proveía tanto marinos para la armada real en tiempos de guerra, como intercambio comercial para adquirir productos navales vitales en el norte de Europa (cabullería, árboles para mástiles, salitre). En Môle Saint-Nicolás [el emplazamiento del antiguo Fuerte de la Navidad] la colonia también albergaba la base naval más segura de las Indias Occidentales” (GEGGUS, pág. 5.
[9]           Se ha dicho que los historiadores han tenido dificultades para detectar rebeliones de esclavos con anterioridad a la de 1791, dándose el caso de que eran más comunes las planteadas por los blancos, seguramente por cuestiones económicas. En todo caso, las rebeliones de esclavos eran comunes en Jamaica, pero no en Saint-Domingue, debido tanto a un gobierno menos autoritario que en la isla inglesa, pero sobre todo la facilidad con que los esclavos podían huir, cruzando la frontera con Santo Domingo (GEGGUS, 2009, 4), También debe observarse como una forma de resistencia la formación de bandas por parte de los maroons, a quienes nos referiremos más adelante.
[10]          La proliferación de estos se debía, como seguramente una no querida consecuencia, al famoso “Código Negro”, el edicto dado por Luis XIV en 1685 para “resolver la cuestiones atinentes a la condición y calidad de los esclavos” en las “islas de la América Francesa”, que contenía una disposición por la cual si del concubinato entre un hombre libre soltero con una esclava nacían uno o varios hijos, deberían casar según el rito de la Iglesia Católica y la esclava sería liberaba y los niños eran libres y legítimos (MILLS, 18).
[11]          Con respecto a su condición y trato, se ha dicho que  “En Saint-Domingue cualquiera con un ancestro negro, sin importar cuan remoto fuera, estaba sujeto a la humillante discriminación legal típica de todas las colonias esclavistas del siglo XVIII. Los no blancos eran excluidos de la función pública y de las profesiones, se les prohibía la vestimenta elegante, portar armas en la ciudad, o sentarse junto a los blancos en las iglesias, el teatro o al comer. No solo eran desiguales ante la ley sino que sufrían de acosos extralegales, especialmente por parte de los blancos pobres con quienes competían laboralmente” (GEGGUS 2009, 6). Formaban parte de la milicia, pero con uniforme de color diferente al de los blancos (mientras estos vestían de rojo o blanco, según el arma, el uniforme de los affranchis era de un tono amarillento (nankin). Existía un Reglamento para “la gente de color libre”, de 1773, de cuyo contenido da una idea la mera transcripción de una parte del primer artículo: “Todas los negras, mulatos, cuarterones y mestizos, libres y no casados, que hagan bautizar a sus hijos, están obligados, además del nombre de bautismo, de darles un nombre del idioma africano, o de su oficio o color, pero jamás podrá ser el de alguna familia blanca de la Colonia
[12]          Se ha dicho que esta cifra estaba por debajo de la realidad, ya que los plantadores, por cuestiones fiscales, declaraban una menor cantidad de esclavos de la que en realidad poseían, calculándose que la cifra real se acercaba a los 500.000 (CASTONNET DE FOSSES, 8). Llama la atención cómo se incrementó la cantidad de la población esclava en los últimos años previos a la Revolución. Mientras en 1778 sumaban 262.979, en 1789 ascendían a 434.429. ¡Casi un 70% más en diez años! (SCHNAKENBOURG,152). 
[13]          Precisamente, la identidad tribal era observada con temor por los colonos, sabedores que la misma representaba una forma de homogeneidad grupal y por lo tanto podía constituir un elemento generador de rebeliones.
[14]          “Estas bandas, que llevaban a cabo raids contra las plantaciones, eran una gran preocupación para la administración colonial… Durante el siglo XVIII las comunidades maroons de Saint-Domingue mantenían un conflicto, abierto y armado, con los plantadores que los rodeaban, reclamando y defendiendo su libertad” (DUBOIS, 54). 

© 2016 Rubén A. Barreiro

No hay comentarios:

Publicar un comentario