Haití. Un homenaje.
Una vez
más, las fuerzas de la Naturaleza se han ensañado con la República de Haití. El
huracán Matthew ha pasado dejando un triste saldo de muertos y destrucción. En
2011 preparamos un trabajo sobre la Revolución Haitiana, con la intención de
exponerlo durante el 37° Congreso Internacional de Historia Militar, organizado por la Comisión Internacional de Historia Militar (CIHM), dedicado al tema "Descolonización. Guerras coloniales y de independencia desde el
Siglo XVIII hasta el presente", celebrado en Río de Janeiro en 2011. Lamentablemente, insuperables problemas de salud nos impidieron
hacerlo. Hoy, a manera de homenaje a Haití y a su gente, en esta nueva hora de tristeza, comenzamos
su publicación (solo hemos actualizado algunos datos, de los que no disponíamos en el momento de la redacción original). Al releerlo, encontramos las raíces profundas que han llevado
al pueblo haitiano, una y otra vez, a superar las tremendas pruebas a las que
ha sido sometido desde hace dos siglos. Dentro del marco de la historia
militar, lo ocurrido entre 1791 y 1804 en la “Perla del Caribe”, tiene
características tan propias como únicas. En especial, si enfocamos, como
creemos que debe ser, el estudio de la historia militar bajo el concepto de la
íntima e inescindible relación de guerra y sociedad. Rubén A. Barreiro.
Haití
De
la Rebelión
de los Esclavos a la Independencia (Primera Parte)
I
Introducción
El 14 de diciembre de 1801 partió
del puerto francés de Brest una gran flota, que en los meses sucesivos fue
seguida por otras. Todas ellas, transportando un vasto ejército, compuesto por
aguerridas tropas, se dirigían hacia Saint-Domingue [1],
colonia francesa que venía experimentando crecientes conflictos desde 1791,
para reestablecer el dominio efectivo de la República -ya bajo el
Consulado, presagio del Imperio- sobre la misma, en tanto quienes lo detentaban
en la realidad eran los exesclavos liderados por Toussaint-Louverture… “el Océano entonces se cubriría con buques
para castigar a un esclavo rebelde” (METRAL, 30).
El general Charles Victor-Emmanuel
Leclerc, comandante en jefe de la expedición, cuñado del Primer Cónsul, era
portador de unas muy precisas instrucciones de este [2], que
contemplaban múltiples aspectos que excedían con mucho el simple castigo de un
esclavo rebelde. Detrás de la decisión de Bonaparte había mucho más que una
expedición punitiva, no siendo el menor de sus propósitos el de restaurar el
imperio colonial francés que poco a poco se había ido debilitando, y la
ambición de constituir a partir del mismo uno que se extendiera mucho más allá.
Esto por un lado, por el otro se
presentaba un fenómeno único hasta ese
momento: una prolongada lucha que había comenzado en 1791 con una rebelión de
esclavos, triunfante al calor de los principios de la Revolución Francesa ,
cuyo objetivo primero era la obtención de la libertad para quienes
representaban el noventa por ciento de la población de la colonia y que con el
paso del tiempo llevaría, de una manera tal vez poco perceptible para las
potencias europeas, a un proceso de independencia que, paradójicamente, sería
acelerado por la expedición francesa al mando de Leclerc.
¿Cómo se había llegado a esta
situación? ¿Qué había ocurrido en la colonia que hiciera necesario que Napoleón
debiera recurrir a una fuerza poderosa como la que estaba zarpando de Brest y
de otros puertos europeos?
II
“La
más bella y la más rica de las Antillas”[3]
Descubierta en diciembre de 1492
durante el primer viaje de Cristóbal Colón, La Española , como el
navegante llamó a esa tierra, fue el asiento de la primera población en
América: el fuerte de La Navidad ,
construido con los despojos de su nave capitana, la Santa María , en un lugar
que luego sería llamado Môle Saint-Nicolas, de gran protagonismo en los hechos que
trataremos. De allí en más, los españoles acudieron a establecerse en la isla,
poblada durante el descubrimiento por tribus indígenas que pronto fueron
desapareciendo, víctimas de las enfermedades físicas y morales de los recién llegados[4]. Al
escasear la mano de obra que los indios proporcionaban, comenzaron a
introducirse esclavos procedentes de diversos lugares de África. La tierra era
generosa en la isla, prestándose a toda clase de cultivos. Tanta feracidad
atrajo a los franceses, quienes se establecieron en su parte occidental[5],
estableciéndose formalmente en ella a través del Tratado de Ryswick[6], por
el cual el Reino de España cedía a Francia la porción que esta ocupaba, que
equivalía a más o menos un tercio de la superficie total de la isla.
El desarrollo de cada una de las
partes de la isla fue desigual. La española creció lentamente, en tanto
Saint-Domingue lo hacía a pasos agigantados. Pronto se transformó en la más
rica de las colonias europeas, no sólo en las Indias Occidentales sino en todo
el mundo. El principal cultivo era la caña de azúcar y la extensión alcanzada
por el mismo estuvo en proporción directa con la mano de obra empleada: los
esclavos traídos de África en número creciente[7].
No parece propio de este trabajo
reseñar cómo la esclavitud se desarrolló en Saint-Domingue, como tampoco
ahondar en los detalles de su floreciente economía. Tan solo diremos que en
vísperas de la Revolución Francesa ,
producía cerca de la mitad del azúcar y del café que se consumía en Europa y en
los Estados Unidos. A esto se agregaban cultivos de algodón, cacao, índigo y
otras materias primas. Las dos quintas partes del comercio exterior francés se
originaba en su colonia, a través de más de ocho mil plantaciones[8].
El comercio de la colonia con
Francia obedecía a cánones monopólicos propios de la época: el 100% de su
producción era vendida exclusivamente a Francia y el 100% de sus importaciones
procedían de la metrópoli. Naturalmente, era el gobierno de esta quien fijaba
los precios en uno y otro caso. No es de extrañar, como se verá, que en esta
época el movimiento independentista tuviera más adherentes entre los
plantadores que entre los esclavos, más preocupados estos últimos en la
recuperación de su dignidad a través de su liberación.
Esta prosperidad, sometida a reglas comerciales
tan estrictas, se proyectaba sobre un escenario social potencialmente
conflictivo, que por momentos se exteriorizaba en protestas, motines o
insurrecciones, sea provocados por el descontento de los colonos con la
metrópoli, sea por los esclavos que perseguían mejor trato o su liberación[9]. La
sociedad estaba dividida, en primer lugar, racialmente, pero inclusive dentro
de los mismos grupos étnicos existían niveles fundados especialmente en la
situación económica de sus componentes. Blancos, affranchis o esclavos liberados, y esclavos de origen africano
componían la sociedad de la colonia (existiendo una cuarta clase, la de los
esclavos fugitivos, que por sus actividades y cantidad tenía caracteres
propios).
Es difícil establecer cifras
concretas para cuantificar cada categoría, pero puede decirse que en la época
mencionada, los blancos sumaban entre 38.000 y 42.000, incluyendo soldados y
marineros en tránsito. La pequeña comunidad blanca estaba unida por
“solidaridad racial” pero profundamente dividida en clases sociales, cuyas
líneas divisorias pasaban por lo económico (GEGGUS 2009, 6). Los grands blancs eran dueños de las plantaciones
más importantes, muchas veces residentes en Europa gran parte del año, diferenciados
socialmente de aquellos plantadores que vivían permanentemente en la colonia.
Los grands blancs estaban llamados a
ocupar los puestos más altos en la administración colonial y en las fuerzas
militares. Existía una clase media, compuesta sobre todo por los representantes
de los armadores de los buques que hacían el tráfico con Francia, los comerciantes,
los maestros y ocasionalmente por dueños de pequeñas plantaciones. Finalmente,
los petit blancs eran artesanos
(carpinteros, albañiles, etc.), capataces de las plantaciones, pequeños
granjeros y militares de baja graduación. “Ser
noble, rico, blanco y nacido en Francia constituía el máximo de la escala
social” (SCHEINA, I-2). Si bien las diferencias de poderío económico eran
abismales entre unos y otros, las distintas categorías de blancos convivían en
buenos términos. “Tenían un interés común
que los unía, la esclavitud, y reservaban su desprecio para “la gente de color”
(CASTONNET DE FOSSES, 10).
Por su parte, los affranchis eran esclavos liberados o negros nacidos libres, también
conocidos en la colonia como “la gente de
color”, muchos de ellos mulatos[10]. Algunos
no sólo eran propietarios de tierras sino también de esclavos (inclusive, no
pocos de ellos tenían una posición económica más acomodada que los “pequeños
blancos”; poseían cerca de 2.000 plantaciones). Sumaban alrededor de 30.000 a 38.000, (es decir
que su número era similar al de los blancos)[11].
Finalmente, los esclavos nacidos en África o sus hijos, llegaban a 434.429[12], de
tal manera que constituían aproximadamente el noventa por ciento de la
población. La mayoría trabajaba la tierra y otros se dedicaban a las tareas
domésticas en casa de sus amos. Tampoco entre los esclavos existía homogeneidad
social, pero ya no era la riqueza el origen de las diferencias sino el origen
geográfico, la identidad tribal[13], y su resultado inseparable, el idioma.
Una clase especial la constituían
los esclavos fugitivos, maroons, cimarrones o mawons (su designación en créole).
Obviamente, su cantidad no era conocida ni siquiera aproximadamente, aunque se
supone que sumaban varios miles. Muchos de ellos se unieron formando grupos que
merodeaban las plantaciones cercanas, atacándolas en muchas ocasiones[14].
Tal la situación, a
grandes rasgos, de la colonia de Saint-Domingue al advenimiento de la Revolución Francesa.
“La colonia de Saint-Domingue estaba
madura para una revolución. El incendio se incubaba debajo de la cenizas y era
suficiente la chispa más pequeña para desatarlo” (CASTONNET DE FOSSES, 32).
[1] Este
era el nombre de la parte francesa de la isla La Española (también conocida como Hispaniola, especialmente entre
los anglosajones). Santo Domingo era la denominación del territorio
restante, colonia del Reino de España.
[2] Nos
referiremos a las mismas con mayor detalle más adelante.
[3] Bouvet
de Cressé, A.J.B., Histoire de la
catastrophe de Saint-Domingue, Librairie de Peytieux, París, 1824, pág. II.
[4] En
1514, de una población entre 500.000
a 750.000 aborígenes en la época del descubrimiento, sólo
quedaban 29.000. A mediados del siglo XVI la población autóctona había
desaparecido (DUBOIS, 14).
[5] Los
primeros franceses en establecerse fueron los filibusteros o piratas que lo
hicieron en la Isla Tortuga
y los bucaneros, que se adentraron en la isla. En 1680, se contaban en
alrededor de 4000 los colonos de ese origen, casi todos procedentes del Ducado
de Anjou, en el valle del Loire (DUBOIS, 17).
[6] Este
tratado, llamado así por la ciudad neerlandesa donde fue firmado en 1697,
arreglaba las diferencias que habían originado la Guerra de la Gran Alianza o Guerra de los
Nueve Años (1688-97). En 1777 y, a través del Tratado de Aranjuez, se ratificó
la partición de la isla. En 1795, en la denominada Paz de Basilea, España cedió
a Francia su parte, quedando esta última como poseedora exclusiva de la isla. Hasta entonces, se ha señalado que “…Hispaniola era un espejo de la política
europea: cuando Francia España estaban en guerra en Europa, sus colonos también
luchaban en Hispaniola” (Sagas, Ernesto,
An Apparent contradiction? Popular
perceptions of Haiti and the Foreign Policy of the Dominican Republic,
1994, disponible en http://www.webster.edu/~corbetre/ haiti/ misctopic/dominican/conception.htm).
[7] La
caña de azúcar se habría introducido en la isla hacia 1505 y los primeros
esclavos llegaron de África hacia 1510. Entre 1780 y 1788 la superficie con cultivo de caña de azúcar se incrementó en un 74%. En el mismo periodo también aumentó notablemente la cantidad de esclavos -véase nota 12- ( SCHNAKENBOURG, 153). La relación entre un incremento y el otro es por demás evidente.
[8] “La importancia de Saint-Domingue para
Francia no sólo era económica sino fiscal (derechos de aduana) y también
estratégica, en tanto el comercio colonial proveía tanto marinos para la armada
real en tiempos de guerra, como intercambio comercial para adquirir productos
navales vitales en el norte de Europa (cabullería, árboles para mástiles,
salitre). En Môle Saint-Nicolás [el emplazamiento del antiguo Fuerte de la Navidad ] la colonia
también albergaba la base naval más segura de las Indias Occidentales” (GEGGUS,
pág. 5.
[9] Se
ha dicho que los historiadores han tenido dificultades para detectar rebeliones
de esclavos con anterioridad a la de 1791, dándose el caso de que eran más
comunes las planteadas por los blancos, seguramente por cuestiones económicas.
En todo caso, las rebeliones de esclavos eran comunes en Jamaica, pero no en
Saint-Domingue, debido tanto a un gobierno menos autoritario que en la isla
inglesa, pero sobre todo la facilidad con que los esclavos podían huir,
cruzando la frontera con Santo Domingo (GEGGUS, 2009, 4), También debe observarse como una forma de resistencia la
formación de bandas por parte de los maroons,
a quienes nos referiremos más adelante.
[10] La
proliferación de estos se debía, como seguramente una no querida consecuencia,
al famoso “Código Negro”, el edicto dado por Luis XIV en 1685 para “resolver la cuestiones atinentes a la
condición y calidad de los esclavos” en las “islas de la América Francesa ”,
que contenía una disposición por la cual si del concubinato entre un hombre
libre soltero con una esclava nacían uno o varios hijos, deberían casar según
el rito de la Iglesia Católica
y la esclava sería liberaba y los niños eran libres y legítimos (MILLS, 18).
[11] Con
respecto a su condición y trato, se ha dicho que “En
Saint-Domingue cualquiera con un ancestro negro, sin importar cuan remoto
fuera, estaba sujeto a la humillante discriminación legal típica de todas las
colonias esclavistas del siglo XVIII. Los no blancos eran excluidos de la
función pública y de las profesiones, se les prohibía la vestimenta elegante,
portar armas en la ciudad, o sentarse junto a los blancos en las iglesias, el
teatro o al comer. No solo eran desiguales ante la ley sino que sufrían de
acosos extralegales, especialmente por parte de los blancos pobres con quienes
competían laboralmente” (GEGGUS 2009, 6). Formaban parte de la milicia,
pero con uniforme de color diferente al de los blancos (mientras estos vestían
de rojo o blanco, según el arma, el uniforme de los affranchis era de un tono amarillento (nankin). Existía un
Reglamento para “la gente de color libre”,
de 1773, de cuyo contenido da una idea la mera transcripción de una parte del primer
artículo: “Todas los negras, mulatos,
cuarterones y mestizos, libres y no casados, que hagan bautizar a sus hijos,
están obligados, además del nombre de bautismo, de darles un nombre del idioma
africano, o de su oficio o color, pero jamás podrá ser el de alguna familia blanca
de la Colonia ”…
[12] Se
ha dicho que esta cifra estaba por debajo de la realidad, ya que los
plantadores, por cuestiones fiscales, declaraban una menor cantidad de esclavos
de la que en realidad poseían, calculándose que la cifra real se acercaba a los
500.000 (CASTONNET DE FOSSES, 8). Llama la atención cómo se incrementó la cantidad de la población esclava en los últimos años previos a la Revolución. Mientras en 1778 sumaban 262.979, en 1789 ascendían a 434.429. ¡Casi un 70% más en diez años! (SCHNAKENBOURG,152).
[13] Precisamente,
la identidad tribal era observada con temor por los colonos, sabedores que la
misma representaba una forma de homogeneidad grupal y por lo tanto podía constituir
un elemento generador de rebeliones.
[14] “Estas bandas, que llevaban a cabo raids
contra las plantaciones, eran una gran preocupación para la administración
colonial… Durante el siglo XVIII las comunidades maroons de Saint-Domingue
mantenían un conflicto, abierto y armado, con los plantadores que los rodeaban,
reclamando y defendiendo su libertad” (DUBOIS, 54).
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