Esto se dijo....
“Mi corazón es para ti… Mi sangre para el Emperador… Y mi vida es del honor”. De una carta a su esposa del General de División Antoine Charles Louis, Conde de Lasalle.
Fines de abril de 1809, en algún lugar de España, conversan el Conde de Roederer, asistente del Emperador José Napoleón, y el general Lasalle. Roederer, conocedor de la temeridad del húsar y de su ilimitada impaciencia vital, recomienda a Lasalle cuidar su vida por lo mucho que se espera de ella. “¡He vivido plenamente! -aquel responde- ¿Cuál es la razón para vivir? ¿Ganar reputación, triunfar, hacer fortuna? Bien. Soy general de división a los 33 años, y el año pasado el Emperador me otorgó una renta de cincuenta mil libras”. Roederer, juicioso, argumenta: “Entonces, debe vivir para gozarlo”. “En absoluto, contesta Lasalle, haber alcanzado todo eso es suficiente satisfacción. Amo la batalla, estar en el ruido, en el humo, en el movimiento. En tanto se haya alcanzado la fama y la certeza de que tu mujer y tus hijos no carecerán de nada, ya nada importa. En lo que a mí respecta, estoy dispuesto a morir mañana mismo”.
Algo más de dos meses más tarde, el 6 de julio, Antoine Charles Louis, Conde de Lasalle, fue alcanzado por una bala de un infante austríaco, muriendo casi instantáneamente. "No sobreviviré a esta jornada”, había confiado a su ayudante de campo en la mañana de ese día, pidiéndole que entregara al Emperador su testamento.
El general Lasalle había nacido en Metz, Lorena, el 10 de mayo de 1775. Comenzó su carrera militar a los once años como subteniente de reemplazo en el Regimiento de Infantería de Alsacia. Fue ascendiendo hasta 1792, cuando en el torbellino revolucionario debió dimitir como oficial, aunque en 1794 se enrola como simple soldado y a partir de entonces su carrera sería meteórica. Durante doce años, desde 1797 hasta 1809, estuvo presente en prácticamente todas las campañas napoleónicas, siempre al frente de unidades de caballería ligera: cazadores, dragones y finalmente los húsares, con los que formó la famosa “Brigada Infernal”.
Estremece la enumeración, incompleta por cierto, de las acciones en las que intervino: Vicenza, Rivoli, el cruce del Piave, Salahieh, Redemieh, Samanhout, Tebas, Djehemeli, Vinnadella, Austerlitz, Schliez, Zehdenick, Prentzlow, Stettin, Lubeck, Golymin, Ziegel, Heilsberg, Torquemada, el puente de Cabezón, Medina del Río Seco, Burgos, Villa Veijo, Medellín, Essling, Raab, Wagram…
El Mariscal Marbot, en sus Memorias, recuerda que Napoleón, habitualmente distante con los jefes a quienes estimaba, sólo daba confianza a dos o tres de ellos, complaciéndose con su franqueza y confesiones, que muchas veces estimulaba. Lasalle, uno de ellos, contaba al Emperador “todo lo que le pasaba por la cabeza”. Napoleón, dice Marbot con respecto a Lasalle, “lo mimaba hasta un increíble extremo, riendo con todas sus tonterías, y haciéndose cargo de pagar sus deudas. Lasalle estaba por casarse… y Napoleón le había obsequiado doscientos mil francos. Una semana más tarde, al encontrarlo en las Tullerías, le preguntó: ¿Para cuándo el casamiento? Tendrá lugar, señor, cuando tenga con qué comprar los muebles… ¡Cómo es eso! Si te he dado doscientos mil francos hace una semana… ¿qué has hecho? Gasté la mitad para pagar mis deudas y el resto lo perdí jugando”. Una confesión como esa hubiera terminado con la carrera de cualquier otro general… pero el Emperador sonrió, limitándose a tirar fuerte del bigote de Lasalle, ordenando al mariscal Duroc darle otros doscientos mil francos”.
Bueno es recordar una colorida descripción de la caballería ligera, de la cual Lasalle era el más genuino de sus exponentes. Dice Chandler: “…estos aventureros montados, los preferidos de las damas, llevaban los uniformes más llamativos y extravagantes y de ellos se esperaba la mayor valentía y esfuerzo en combate. En el resto de las ocasiones disfrutaban de una merecida reputación de fanfarrones, temerarios, malhablados, jugadores y (con menos reconocimiento oficial) duelistas”. Lasalle era adorado por estos hombres, quienes veían en él, con sus virtudes y defectos, su propia imagen.
Sin embargo, Marbot, discurre sobre el "mal ejemplo" de Lasalle, en un párrafo ácido pero que mueve a la reflexión: "Su muerte dejó un gran vacío en nuestra caballería ligera, que había entrenado hasta alcanzar un alto grado de perfección. Sin embargo, en otros aspectos, le hizo mucho daño. Las excentricidades de un conductor popular y exitoso siempre son imitadas, y su ejemplo fue perjudicial para la caballería ligera. Un hombre no se consideraba como un cazador, menos aún como un húsar, si no tomaba a Lasalle como modelo siendo, como él, revoltoso, temerario, bebedor y mal hablado. Muchos oficiales imitaron los yerros del poco común líder, pero ninguno de ellos alcanzó los méritos que en él amenguaban sus faltas".
Tocaba a su fin de batalla de Wagram. Lasalle, pide permiso a Massena para perseguir a los austriacos que se retiraban. Le es concedido bajo la condición de “obrar con prudencia”. Seguramente en el vocabulario de Lasalle la palabra “prudencia” sólo tenía un vago, difuso y meramente formal significado. No puede con su genio y carga contra una brigada de infantería enemiga, que aparentaba tener intención de rendirse pero que, frente a su ataque, opta por defenderse. Una bala alcanza a Lasalle entre los ojos, muriendo casi instantáneamente.
Marbot, en quien ya hemos advertido cierto disfavor al hablar de Lasalle (se cuenta que el origen de tal actitud estaría en la compraventa de un caballo, que no resultó satisfactoria para el mariscal), dice con acritud que “la carga ejecutada por Lasalle fue inútil, y pagó un alto precio por insertar su nombre en el boletín”. En efecto. El Boletín de la Grande Armée del 27 de julio de 1809 simplemente decía: “El general de división Lasalle ha sido muerto por una bala. Era un oficial con los mayores méritos y uno de nuestros mejores generales de caballería ligera”.
En una de sus extravagantes frases, Lasalle había afirmado que “un húsar que no está muerto a los treinta años, es un mamarracho”. Estuvo cerca, murió en combate a los treinta y cuatro…
Algo más de dos meses más tarde, el 6 de julio, Antoine Charles Louis, Conde de Lasalle, fue alcanzado por una bala de un infante austríaco, muriendo casi instantáneamente. "No sobreviviré a esta jornada”, había confiado a su ayudante de campo en la mañana de ese día, pidiéndole que entregara al Emperador su testamento.
El general Lasalle había nacido en Metz, Lorena, el 10 de mayo de 1775. Comenzó su carrera militar a los once años como subteniente de reemplazo en el Regimiento de Infantería de Alsacia. Fue ascendiendo hasta 1792, cuando en el torbellino revolucionario debió dimitir como oficial, aunque en 1794 se enrola como simple soldado y a partir de entonces su carrera sería meteórica. Durante doce años, desde 1797 hasta 1809, estuvo presente en prácticamente todas las campañas napoleónicas, siempre al frente de unidades de caballería ligera: cazadores, dragones y finalmente los húsares, con los que formó la famosa “Brigada Infernal”.
Estremece la enumeración, incompleta por cierto, de las acciones en las que intervino: Vicenza, Rivoli, el cruce del Piave, Salahieh, Redemieh, Samanhout, Tebas, Djehemeli, Vinnadella, Austerlitz, Schliez, Zehdenick, Prentzlow, Stettin, Lubeck, Golymin, Ziegel, Heilsberg, Torquemada, el puente de Cabezón, Medina del Río Seco, Burgos, Villa Veijo, Medellín, Essling, Raab, Wagram…
Su
bravura y sus dotes de mando pronto llamaron la atención de Napoleón: “Fuimos Masséna, Joubert, Lasalle y yo
quienes ganamos la batalla de Rivoli”, decía en 1803 el Primer Cónsul. En
la noche de esa batalla, “Lasalle pálido,
fatigado por las numerosas cargas que había encabezado, apenas se sostenía
junto a montón de estandartes tomados al enemigo. Al verlo, Bonaparte le dijo
“Lasalle, acuéstate encima, bien lo has merecido” (De Cléry).
En cierta ocasión el
impetuoso Lasalle y sus oficiales arrasaron un banquete convocado por el
alcalde de Agen que había osado no invitarlos, incursión que incluía desde
azotes al alcalde hasta el lanzamiento de los manjares desde el balcón del
palacio comunal. Cuando el alcalde denunció el hecho, Napoleón sólo aplicó un
castigo leve -unos días de prisión no rigurosa- ya que, dijo, “sólo se necesita una firma para hacer un
alcalde, no bastan veinte años para hacer un Lasalle”.
El Mariscal Marbot, en sus Memorias, recuerda que Napoleón, habitualmente distante con los jefes a quienes estimaba, sólo daba confianza a dos o tres de ellos, complaciéndose con su franqueza y confesiones, que muchas veces estimulaba. Lasalle, uno de ellos, contaba al Emperador “todo lo que le pasaba por la cabeza”. Napoleón, dice Marbot con respecto a Lasalle, “lo mimaba hasta un increíble extremo, riendo con todas sus tonterías, y haciéndose cargo de pagar sus deudas. Lasalle estaba por casarse… y Napoleón le había obsequiado doscientos mil francos. Una semana más tarde, al encontrarlo en las Tullerías, le preguntó: ¿Para cuándo el casamiento? Tendrá lugar, señor, cuando tenga con qué comprar los muebles… ¡Cómo es eso! Si te he dado doscientos mil francos hace una semana… ¿qué has hecho? Gasté la mitad para pagar mis deudas y el resto lo perdí jugando”. Una confesión como esa hubiera terminado con la carrera de cualquier otro general… pero el Emperador sonrió, limitándose a tirar fuerte del bigote de Lasalle, ordenando al mariscal Duroc darle otros doscientos mil francos”.
Bueno es recordar una colorida descripción de la caballería ligera, de la cual Lasalle era el más genuino de sus exponentes. Dice Chandler: “…estos aventureros montados, los preferidos de las damas, llevaban los uniformes más llamativos y extravagantes y de ellos se esperaba la mayor valentía y esfuerzo en combate. En el resto de las ocasiones disfrutaban de una merecida reputación de fanfarrones, temerarios, malhablados, jugadores y (con menos reconocimiento oficial) duelistas”. Lasalle era adorado por estos hombres, quienes veían en él, con sus virtudes y defectos, su propia imagen.
Sin embargo, Marbot, discurre sobre el "mal ejemplo" de Lasalle, en un párrafo ácido pero que mueve a la reflexión: "Su muerte dejó un gran vacío en nuestra caballería ligera, que había entrenado hasta alcanzar un alto grado de perfección. Sin embargo, en otros aspectos, le hizo mucho daño. Las excentricidades de un conductor popular y exitoso siempre son imitadas, y su ejemplo fue perjudicial para la caballería ligera. Un hombre no se consideraba como un cazador, menos aún como un húsar, si no tomaba a Lasalle como modelo siendo, como él, revoltoso, temerario, bebedor y mal hablado. Muchos oficiales imitaron los yerros del poco común líder, pero ninguno de ellos alcanzó los méritos que en él amenguaban sus faltas".
Última carga de Lasalle en Wagram. Lo hace al frente de coraceros y no de sus húsares. |
Marbot, en quien ya hemos advertido cierto disfavor al hablar de Lasalle (se cuenta que el origen de tal actitud estaría en la compraventa de un caballo, que no resultó satisfactoria para el mariscal), dice con acritud que “la carga ejecutada por Lasalle fue inútil, y pagó un alto precio por insertar su nombre en el boletín”. En efecto. El Boletín de la Grande Armée del 27 de julio de 1809 simplemente decía: “El general de división Lasalle ha sido muerto por una bala. Era un oficial con los mayores méritos y uno de nuestros mejores generales de caballería ligera”.
En una de sus extravagantes frases, Lasalle había afirmado que “un húsar que no está muerto a los treinta años, es un mamarracho”. Estuvo cerca, murió en combate a los treinta y cuatro…
No hay comentarios:
Publicar un comentario