Esto se dijo…
Para W.R.Hearst, New York Journal: “Todo está en calma. Aquí no hay problemas.
No habrá guerra. Quiero volver. Remington”.
Para Remington, Habana: “Por favor, quédese. Provea las imágenes. Yo proveeré la guerra.
W.R.Hearst”.
Pocas veces un diálogo tan improbable ha
logrado, no obstante, una enorme difusión y continúa siendo citado más de un
siglo después de los hechos a los que el mismo se refiere. Este intercambio de
telegramas ha sido considerado como el mayor de los mitos surgidos de la guerra
entre los Estados Unidos y España de fines del siglo XIX.
Desde febrero de 1895, los patriotas cubanos
habían iniciado una revolución contra el ocupante español de la isla. De
inmediato, desde los Estados Unidos comenzaron a llegar enviados de diferentes
periódicos para cubrir los acontecimientos, presencia que se acrecentó conforme
avanzaron los hechos revolucionarios. No en vano, entre las muchas
denominaciones con que se conoció el conjunto de tales hechos, se encuentra la
de “guerra de los corresponsales”.
Entre los periódicos que destacaron
corresponsales se encontraban el New York
World de Joseph Pulitzer y el New
York Journal de William Randolph Hearst. Ambas publicaciones competían
duramente en un campo caracterizado por el sensacionalismo, las noticias
expuestas con trazos gruesos, titulares catastróficos y con una clara tendencia
a la explotación del escándalo. Conformaban, principal aunque no
excluyentemente, el núcleo duro de lo que un competidor más equilibrado había
denominado con sarcasmo “prensa amarilla”.
A principios de 1897, Hearst envió a Cuba al
prestigioso periodista Richard H. Davis, acompañado por Frederic Remington, un
prominente pintor, escultor e ilustrador, quien proveería de imágenes a los
envíos de Davis. No mucho tiempo después de su llegada, Remington, “presa del
aburrimiento”, decidió regresar a los Estados Unidos, aunque llevó con él una
serie de ilustraciones sobre lo que estaba ocurriendo en Cuba que pronto
tuvieron gran difusión a través del Journal.
El Journal anuncia el envío a Cuba de Davis y Remington |
A través de las investigaciones de Cambell y
otros autores, ha quedado bastante claro que los telegramas en cuestión no
habrían existido. Pero ello no significa disminuir la influencia que no sólo la
“prensa amarilla”, sino muchos periódicos más serios y equilibrados tuvieron en
predisponer a la opinión pública para una guerra de los Estados Unidos contra
España.
Por cierto, el caso más decisivo fue el del acorazado Maine, que
voló en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898, con gran pérdida de
vidas entre sus tripulantes. Pero tal episodio no fue sino la culminación de
una campaña periodística encabezada por ambos periódicos, primero en favor del
reconocimiento de la beligerancia de los rebeldes cubanos, pronto transformada
en un sistemático ataque al gobierno colonial español, basado en la explotación
de casos de atrocidades y abusos atribuidos a dicho gobierno, expuestos con el
estilo sensacionalista y sesgado ya conocido.
Marcus
Wilkinson, autor de una notable obra que trata sobre la influencia de la prensa
en la opinión pública en el caso de “la guerra del 98”, aunque el subtítulo
promete una lectura provechosa sobre un tema mucho más extenso y gravitante (Public
Opinion and the Spanish-American War. A Study in War Propaganda), dice que
el desastre del Maine fue probablemente la noticia más importante desde el
asesinato del presidente Garfield en 1881, sobre la cual la prensa
sensacionalista machacó con todo los medios a su alcance: desde el envío de
buzos para investigar el origen de las explosiones, hasta la institución, por
el Journal, de una recompensa de 50.000 dólares para quien aportara
datos sobre quienes habían sido los responsables del desastre y el comienzo de
una colecta de fondos para la erección de un monumento nacional dedicado a las
víctimas del Maine. Wilkinson concluye: “La explosión del Maine ocurrió en
un momento en que la opinión pública de los Estados Unidos y España había sido
exacerbada por la prensa de ambos países. El misterio que rodeaba el desastre y
los rumores que corrían sobre las causas probables del mismo brindaban la
oportunidad a los periódicos sensacionalistas para publicar gran cantidad de
despachos, muchos de los cuales no se basaban en nada tangible sino en meras
conjeturas, que se distribuían por todo el país. Con la inmediata atribución
del desastre a la traición de España, estos periódicos dieron nuevo ímpetu al
reclamo de una intervención en Cuba y de la guerra con España”.
El
21 de marzo de 1898 la Corte Naval de Investigación a cargo de lo ocurrido con
el Maine determinó que, en su opinión, el buque fue destruido por la
explosión de una mina submarina, aunque no pudo reunir evidencia para atribuir
responsabilidades de tal destrucción.
El
17 de abril de ese año, el Evening Journal, periódico de Nueva York y no considerado como integrante de la "prensa amarilla", títuló en primera página y
con enormes caracteres: ¿Guerra? ¡Por supuesto!...(Jess Giessel,"Black, White and Yellow. Journalism and Correspondents of the Spanish-American War").
Pocos
días después, el 25 de abril, el Congreso de los Estados Unidos declaró la
existencia del estado de guerra con España a partir del 21 de dicho mes.
El
12 de agosto de 1898 los beligerantes acordaron un armisticio. Y el 10 de
diciembre, por el Tratado de París, concluyeron la paz. El Imperio Español
había quedado reducido a un puñado de enclaves africanos.
Cierra Wilkinson su obra con un párrafo tan elocuente como certero: “La
prensa sensacionalista finalmente había triunfado. Liderados por el World y el
Journal, los periódicos tendenciosos, después de haber preparado cuidadosamente
el escenario para el acto final del drama de la propaganda de guerra,
“trabajaron” la explosión del Maine sin restricciones, exponiendo al público
americano a un bombardeo de verdades a medias, hechos deformados, rumores y
despachos falsos. Percibiendo la tendencia popular, una administración
vacilante, alentada por un Congreso “patriotero”, propuso la guerra contra una
nación que ya se encontraba al borde del colapso originado en conflictos
internos y rebeliones”.
Es harto improbable, como queda dicho, que el intercambio de telegramas
haya ocurrido. Pero ello no obsta para que quede en claro que Hearst, junto con
muchos de sus colegas y competidores, hizo todo lo que estuvo a su alcance para
“proveer” una guerra. Por alguna razón, esta breve pero trascendente contienda
fue conocida por el gran público estadounidense como “la guerra de los
periódicos” o “la guerra de Mr. Hearst”.
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