martes, 28 de marzo de 2017

Esto se dijo…


“¿Quién teme a unos pocos malditos hunos? Francis Genfrell, oficial británico, Victoria Cross, poco antes de caer en la segunda batalla de Ypres (1915).

Hunos, palabra repetida miles de veces en diarios personales, cartas, titulares de periódicos, poesías, posters de propagada, utilizada por los medios y combatientes anglófonos (británicos, estadounidenses, australianos) de la Primera Guerra Mundial para designar a sus adversarios alemanes. Para la propaganda aliada, el “huno alemán” era equivalente a “barbarie, desprecio por la ley y falta de urbanidad”, lo cual fue “una constante del mensaje aliado, tanto en el frente interno como en el internacional hasta los días finales de la guerra” (Lisa M. Todd).

domingo, 12 de marzo de 2017

Esto se dijo…

Para W.R.Hearst, New York Journal: “Todo está en calma. Aquí no hay problemas. No habrá guerra. Quiero volver. Remington”.

Para Remington, Habana: “Por favor, quédese. Provea las imágenes. Yo proveeré la guerra. W.R.Hearst”.

Pocas veces un diálogo tan improbable ha logrado, no obstante, una enorme difusión y continúa siendo citado más de un siglo después de los hechos a los que el mismo se refiere. Este intercambio de telegramas ha sido considerado como el mayor de los mitos surgidos de la guerra entre los Estados Unidos y España de fines del siglo XIX.

Desde febrero de 1895, los patriotas cubanos habían iniciado una revolución contra el ocupante español de la isla. De inmediato, desde los Estados Unidos comenzaron a llegar enviados de diferentes periódicos para cubrir los acontecimientos, presencia que se acrecentó conforme avanzaron los hechos revolucionarios. No en vano, entre las muchas denominaciones con que se conoció el conjunto de tales hechos, se encuentra la de “guerra de los corresponsales”.

Entre los periódicos que destacaron corresponsales se encontraban el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst. Ambas publicaciones competían duramente en un campo caracterizado por el sensacionalismo, las noticias expuestas con trazos gruesos, titulares catastróficos y con una clara tendencia a la explotación del escándalo. Conformaban, principal aunque no excluyentemente, el núcleo duro de lo que un competidor más equilibrado había denominado con sarcasmo “prensa amarilla”.

A principios de 1897, Hearst envió a Cuba al prestigioso periodista Richard H. Davis, acompañado por Frederic Remington, un prominente pintor, escultor e ilustrador, quien proveería de imágenes a los envíos de Davis. No mucho tiempo después de su llegada, Remington, “presa del aburrimiento”, decidió regresar a los Estados Unidos, aunque llevó con él una serie de ilustraciones sobre lo que estaba ocurriendo en Cuba que pronto tuvieron gran difusión a través del Journal.

El Journal anuncia el envío a Cuba de Davis
y Remington
En 1901, James Creelman echa a rodar la historia de los telegramas. Publica un libro con sus memorias ("On the Great Highway: The Wanderings and Adventures of a Special Correspondent"), en el cual los transcribe. No existe ninguna otra fuente que se refiera a los mismos y tampoco evidencia alguna de su existencia y, por el contrario, muchos hechos arrojan dudas sobre la misma. No obstante, este intercambio de telegramas, como lo señala Joseph Campbell, constituye una de las más famosas historias del periodismo estadounidense, citada con frecuencia por periodistas y comunicadores “y se utiliza como una evidencia convincente acerca de cómo la prensa amarilla, liderada por el New York Journal, forzó la guerra de los Estados Unidos contra España en 1898” ("Not likely sent: The Remington-Hearst "telegrams",título que lo dice todo, “Probablemente no enviados, los telegramas Remington-Hearst”).

A través de las investigaciones de Cambell y otros autores, ha quedado bastante claro que los telegramas en cuestión no habrían existido. Pero ello no significa disminuir la influencia que no sólo la “prensa amarilla”, sino muchos periódicos más serios y equilibrados tuvieron en predisponer a la opinión pública para una guerra de los Estados Unidos contra España. 

Por cierto, el caso más decisivo fue el del acorazado Maine, que voló en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898, con gran pérdida de vidas entre sus tripulantes. Pero tal episodio no fue sino la culminación de una campaña periodística encabezada por ambos periódicos, primero en favor del reconocimiento de la beligerancia de los rebeldes cubanos, pronto transformada en un sistemático ataque al gobierno colonial español, basado en la explotación de casos de atrocidades y abusos atribuidos a dicho gobierno, expuestos con el estilo sensacionalista y sesgado ya conocido. 
  
El Journal continúa con el hundimiento del Maine,
cuya "destrucción fue la obra de un enemigo".
Marcus Wilkinson, autor de una notable obra que trata sobre la influencia de la prensa en la opinión pública en el caso de “la guerra del 98”, aunque el subtítulo promete una lectura provechosa sobre un tema mucho más extenso y gravitante (Public Opinion and the Spanish-American War. A Study in War Propaganda), dice que el desastre del Maine fue probablemente la noticia más importante desde el asesinato del presidente Garfield en 1881, sobre la cual la prensa sensacionalista machacó con todo los medios a su alcance: desde el envío de buzos para investigar el origen de las explosiones, hasta la institución, por el Journal, de una recompensa de 50.000 dólares para quien aportara datos sobre quienes habían sido los responsables del desastre y el comienzo de una colecta de fondos para la erección de un monumento nacional dedicado a las víctimas del Maine. Wilkinson concluye: “La explosión del Maine ocurrió en un momento en que la opinión pública de los Estados Unidos y España había sido exacerbada por la prensa de ambos países. El misterio que rodeaba el desastre y los rumores que corrían sobre las causas probables del mismo brindaban la oportunidad a los periódicos sensacionalistas para publicar gran cantidad de despachos, muchos de los cuales no se basaban en nada tangible sino en meras conjeturas, que se distribuían por todo el país. Con la inmediata atribución del desastre a la traición de España, estos periódicos dieron nuevo ímpetu al reclamo de una intervención en Cuba y de la guerra con España”.

El 21 de marzo de 1898 la Corte Naval de Investigación a cargo de lo ocurrido con el Maine determinó que, en su opinión, el buque fue destruido por la explosión de una mina submarina, aunque no pudo reunir evidencia para atribuir responsabilidades de tal destrucción.

El 17 de abril de ese año, el Evening Journal, periódico de Nueva York y no considerado como integrante de la "prensa amarilla", títuló en primera página y con enormes caracteres: ¿Guerra? ¡Por supuesto!...(Jess Giessel,"Black, White and Yellow. Journalism and Correspondents of the Spanish-American War").

Pocos días después, el 25 de abril, el Congreso de los Estados Unidos declaró la existencia del estado de guerra con España a partir del 21 de dicho mes.

El 12 de agosto de 1898 los beligerantes acordaron un armisticio. Y el 10 de diciembre, por el Tratado de París, concluyeron la paz. El Imperio Español había quedado reducido a un puñado de enclaves africanos.

Cierra Wilkinson su obra con un párrafo tan elocuente como certero: “La prensa sensacionalista finalmente había triunfado. Liderados por el World y el Journal, los periódicos tendenciosos, después de haber preparado cuidadosamente el escenario para el acto final del drama de la propaganda de guerra, “trabajaron” la explosión del Maine sin restricciones, exponiendo al público americano a un bombardeo de verdades a medias, hechos deformados, rumores y despachos falsos. Percibiendo la tendencia popular, una administración vacilante, alentada por un Congreso “patriotero”, propuso la guerra contra una nación que ya se encontraba al borde del colapso originado en conflictos internos y rebeliones”.

Es harto improbable, como queda dicho, que el intercambio de telegramas haya ocurrido. Pero ello no obsta para que quede en claro que Hearst, junto con muchos de sus colegas y competidores, hizo todo lo que estuvo a su alcance para “proveer” una guerra. Por alguna razón, esta breve pero trascendente contienda fue conocida por el gran público estadounidense como “la guerra de los periódicos” o “la guerra de Mr. Hearst”.

En la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos se conserva esta caricatura de León Barlett, que data del 29 de junio de 1898. El resumen de la biblioteca expresa: "Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, de cuerpo entero, vestidos como Yellow Kid [ver más abajo] empujan desde lados opuestos un bloque de madera donde se lee GUERRA". La disputa parece referirse al rol que cada uno pretende sobre la campaña de sus periódicos para incitar a la opinión pública a favor de la guerra. Hearst exclama: "Esta es mi guerra. La compré y pagué por ella...". Ambos visten unas túnicas amarillas, como un personaje de las historietas que aparecía en las ediciones dominicales de ambos periódicos, llamado Yellow Kid (el Chico Amarillo). El periódico New York Press publicó un artículo dedicado a aquellas publicaciones a las que despreciativamente denominó "Yellow Journalism",  "periodismo amarillo", expresión que ha llegado a nuestros días con fuerza creciente.  


© 2017 Rubén A. Barreiro