Y en medio de tal situación, Tokio y otras ciudades fueron bombardeadas por aviones norteamericanos. El llamado “Raid Doolittle”, llevado a cabo por dieciséis bombarderos B-25 basados en el portaaviones Hornet, si bien cobró la vida de 87 civiles y causó daños en algunas industrias, no tuvo mayor relevancia en lo material, aunque provocó un enorme impacto psicológico sobre la población japonesa y en especial conmovió a los mandos militares que se sintieron humillados por la vulnerabilidad de las defensas del territorio imperial. Más allá de un obvio fortalecimiento de tales defensas, se buscó “devolver el golpe”. Para ello, no existía otro medio que un ataque al territorio continental de los Estados Unidos.
De inmediato comenzaron a analizarse
diferentes alternativas para concretar tal ataque. No se trataba simplemente de
alcanzar el territorio americano sino de la aptitud del medio empleado para hacer
efectiva la represalia, a través de un bombardeo preciso, selectivo y de
entidad suficiente como para no dejar dudas de su propósito.
Pero el ideal de un ataque aéreo similar al
de Doolittle era inviable. Japón no tenía la capacidad aérea necesaria como
para lanzar un ataque semejante, tanto desde el territorio metropolitano como
desde portaaviones. Acudir a incursiones aéreas aisladas, lanzadas desde
submarinos, como ya se había hecho en un par de oportunidades, era incompatible
con el concepto de represalia.
Y fue así que durante más de dos años se desarrollaron estudios encaminados a utilizar globos aerostáticos para llevar a cabo la represalia -si es que para entonces podía seguir hablándose del raid Doolittle, con el territorio japonés sometido a un constante y masivo bombardeo-, para lo cual portarían explosivos que estallarían sobre el territorio enemigo, arrasando bosques y desatando el pánico entre la población civil.
A comienzos de noviembre de 1944 y hasta mediados de abril de 1945 se lanzaron varios miles de globos
hacia la costa occidental de los Estados Unidos y el Canadá. El balance fue patético…
un par de incendios de bosques de escasa importancia y la muerte de
una joven embarazada y cinco niños de una escuela dominical durante una excursión, al estallar una de las bombas de un globo que allí había caído. Ante tal resultado, el comentario del New York
Times suena deleznable pero describe con bastante acierto el fracaso de Fu-Go.
Un aspecto a tener en cuenta y que de algún
modo no carece de actualidad, es la política de censura y ocultamiento de
información asumida por las autoridades estadounidenses frente a la presencia de los globos. Tendía, por un lado, a evitar la inquietud de
la población frente a un ataque de tales características -con el pánico siempre
latente-, y por el otro, que no trascendiera información que los japoneses
podían utilizar para conocer si su ataque estaba siendo exitoso.
El fracaso del intento japonés no quita el interés que provoca esta operación, catalogada como el primer intento de ataque intercontinental, a gran distancia y atravesando un océano, con un medio apto para transportar una carga letal al territorio metropolitano enemigo. Hubo un despliegue notable de ingenio en la solución de problemas que parecían obstar a la puesta en marcha de la operación, esto es, lograr que al menos una parte de los globos lanzados alcanzara el territorio enemigo, para cumplir allí su letal objetivo.
Pero tal interés también comprende determinar cuáles han sido las razones del fracaso de la operación. Algunas de tales razones se vinculan con la conveniencia y oportunidad del ataque. Otras con las capacidades reales del medio empleado, esencialmente las relacionadas con la imposibilidad de control del mismo. Otras con la sobreestimación del efecto que el ataque podía tener sobre el curso de la guerra, cuando en noviembre de 1944, al lanzarse los primeros globos, el desenlace adverso para el Japón ya aparecía como inexorable. Finalmente, algunas sólo se relacionan con decisiones carentes de lógica elemental, como establecer como objetivo principal incendiar bosques durante los meses de invierno, caracterizados por la presencia constante de humedad (lluvia, nieve).