Esto se dijo…
“¡No blasfemen
muchachos, no blasfemen, y dispárenles!”, Reverendo George Smith durante la batalla de Rorke’s Drift (1879).
“Alabad al Señor y pasad las municiones”, Reverendo Howell
Maurice Forgy durante el ataque japonés a Pearl Harbour (1941).
La presencia de capellanes en las filas militares
es de larga data. Algunos autores la hacen remontar a mil seiscientos años,
enlazándola con la emocionante historia de San Martín de Tours, soldado él
mismo, cuando divide en dos su capa (cappella)
para socorrer a un mendigo acosado por el frío. Conservada como reliquia (cappa Sancti Martini), era llevada
por los reyes merovingios en la batalla, y custodiada por un fraile (cappellanu) quien además de tal misión
atendía las necesidades espirituales del monarca. Con el tiempo, los religiosos
que acompañaban a los ejércitos se denominaron cappellani, y entre nosotros, capellanes
(Bergen).
Ahondar en la delicada y muy especial función de los capellanes sobre
todo en tiempos de guerra, cuando el medio en que se desempeñan es la violencia
extrema, la presencia constante de la muerte, los dilemas éticos que se derivan
de los enfrentamientos entre seres humanos, es cuestión que escapa a la
naturaleza de este artículo.
Sólo mencionaremos un aspecto directamente
relacionado con las frases que hemos recogido y transcripto. Los
capellanes no tienen status de combatiente
y por lo tanto están desarmados y no pueden participar de forma directa en
los combates. “La propia decisión de un
capellán de exponerse al fuego enemigo, en forma voluntaria y desarmado… tiene
un efecto tremendo en la moral de la tropa… Los líderes religiosos y militares
captan rápidamente que la presencia física de los capellanes entre las tropas
en el calor de la batalla provee una fuente importante de estímulo para los
combatientes, precisamente porque no tienen la obligación de estar en primera
línea…” (Hassner).
Como veremos, en uno y otro caso, con prescindencia
de su diverso contexto geográfico, cultural y temporal, se dio la situación aludida
y sus protagonistas han pasado a la historia por haberse comprometido en la
delicada y riesgosa tarea de aportar su presencia activa y estimulante a un
grupo de soldados en el fragor de la batalla.
Zululandia,
22-23 de enero de 1879. El 11 de enero de 1879 una
poderosa fuerza británica al mando del Teniente General Lord Chemsford invadió
el Reino Zulú, iniciando una breve guerra que culminaría el 4 de julio de ese
año, con la dispersión del ejército zulú y la disgregación del reino en trece cacicazgos.
La guerra no pudo iniciase de peor forma para los
británicos. El 22 de enero los zulúes los vencieron en la batalla de Isandlwana, “la peor derrota en la historia colonial del
ejército británico” (Stossel), en la que murieron 1329 hombres, entre los
cuales 52 oficiales. Sólo cien blancos pudieron huir, la mayoría de ellos
civiles. Los zulúes, que sumaban unos 30000 hombres, tuvieron más de 3000
muertos.
Mientras aún se luchaba, una fuerza de 3000/4000
hombres del ejército zulú que había estado en reserva durante la batalla, se
dirigió hacia la cercana Rorke’s Drift, donde tiempo atrás se había establecido una misión
religiosa sueca en lo que había sido un antiguo puesto comercial.
Con el avance del ejército británico en territorio
zulú, se destacó en Rorke’s Drift a una compañía del Regimiento 42 de
Infantería, que tendría a su cargo defender el puesto, en el cual se había
establecido un depósito de víveres y un hospital.
Desde las últimas horas de la tarde del 22 de enero
hasta las primeras del día siguiente, tuvo lugar "una de las acciones más increíbles de la historia del ejército británico" (Farwell). Luego de muchas horas de lucha, la mayoría de ellas durante la noche, las escasas fuerzas británicas que sumaban unos 140 hombres, algunos de ellos pacientes del hospital, lograron no sólo contener el ataque constante del ejército zulú, sino que finalmente este debiera abandonar el campo, dejando tras de sí una enorme cantidad de muertos.
Entre los defensores, que escasamente sumaban unos
140 hombres, de los cuales había más de 30 hospitalizados, se encontraba el
capellán voluntario Reverendo “Padre” George Smith, de 34 años, quien residía
en Natal desde 1870, “un hombre alto con
una gran barba roja… siempre vestido con un hábito eclesiástico de alpaca, que
con el tiempo se había vuelto verde” (Morris). Cabe aclarar que ha sido
costumbre en el ejército británico llamar “padre” a los capellanes,
independientemente del culto al que pertenezcan.
Al conocerse lo ocurrido en Isandlwana, los defensores de Rorke’s Drift decidieron defender la
plaza ya que abandonarla tratando de ponerse a salvo era poco menos que
suicida. En pocas horas, entonces, establecieron una línea defensiva
enlazando a los diferentes edificios -la mayoría de los cuales,afortunadamente,
eran de piedra- con barricadas compuestas por carromatos, sacos de harina y
cajas de galletas, elementos que abundaban en el depósito de víveres. Asimismo, abrieron numerosas troneras en los muros a través de las cuales podría dispararse. Parapetada en
estas defensas, y desde las últimas horas de la tarde del miércoles 22 de enero
hasta el alba del siguiente día, la magra guarnición británica hizo frente a
los miles de guerreros zulúes que los atacaron desde todas las direcciones.
Las alternativas y detalles de la batalla escapan al
objeto de este relato, aunque para ahondar en ellos puede recurrirse a la
bibliografía que se cita más adelante.
Rev. George Smith. Las condecoraciones son por hechos posteriores a Rorke's Drift |
Continuará
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